Opinión
Lobo disfrazado de Gandhi
Qué difícil ser español. Ignoro si las gentes de otros países también tienen problemas para reconciliarse con sus sociedades, pero es difícil haber encarado una crisis sanitaria y lanzarse de cabeza a una crisis económica con un estruendo político tan fuerte que impide centrarse en lo esencial. Estos días me consuela –paradojas del mal– la escena de unos Estados Unidos incendiados tras el asesinato de un hombre negro, todo ello en plena pandemia. Supongo que somos así todos, todos los seres humanos, quiero decir.
Las palabras parecen haberse vaciado, nos resbalan como copas vacías. Escuchaba al presidente en el Congreso lamentar el odio y el enfrentamiento y me quedaba pensando. A un extranjero, conmovido por la caridad de Pedro Sánchez, habría que explicarle que dirige un Gobierno que sólo da a elegir a la oposición y las instituciones entre la pleitesía o el descabello. Así también predico yo la paz y el amor.
Susto o muerte nos ofrecen a los medios: si no asientes es que difundes fake news. Susto o muerte a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado: si no te pliegas a la política eres tildado de traidor. Y te destituyen acusándote de constituir una «policía patriótica». Susto o muerte a los jueces, que están clamando por la destitución de un ministro que hace pedorretas con las funciones de policía judicial de la Guardia Civil.
Escuchando al presidente cabe inferir que un santo varón, espeluznado por el enfrentamiento nacional, llama a la conciliación. Los que seguimos la actualidad sabemos, por el contrario, que sus seguidores azuzan al enfrentamiento. Tanto Iván Redondo, el asesor directo de Sánchez, como Pablo Iglesias, comparten la teoría de frentes, la idea de que es más importante un buen enemigo al que odiar que una mejor idea. Que apelar a la lucha es la forma más eficaz de ganar adeptos. El 8 M es el símbolo de lo que está pasando: «Es más letal el machismo que el coronavirus», rezaba la pancarta. Como lo están leyendo.
Tiene razón César Calderón. No hay razón para asombrarse de que Pedro Sánchez haga exactamente lo mismo que hizo en su partido. Traicionar a los que lo habían aupado, ningunear a los que mandaban, dividir al PSOE y demonizar a sus enemigos. Quedarse como único jefe narcisista del cotarro.
No, no va a dimitir Marlaska por conculcar la separación de poderes, como no va a dimitir Irene Montero por convocar manifestaciones letales, a sabiendas de que eran un foco de contagio. Como no va a dimitir el ministro de Sanidad por el escandaloso baile de cifras de fallecimientos o los extraños contratos que llevaron a comprar 650.000 tests deficientes. La mentira se ha instalado y uno puede ser lobo y disfrazarse de Gandhi.
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