Opinión

Producción en serie

¿En qué ha gastado usted el tiempo de ocio durante el período del confinamiento? Yo, la mayor parte, la he dedicado a leer. Pero detecto que esa no es la proporción habitual de entretenimiento común entre mis congéneres. En general, la gente anda loca por las series de televisión. Mirándolo de una manera amplia, con la simplificación que eso comporta, compruebo que hay personas que prefiere mirar mientras que otras prefieren leer. De cara a la captación de la realidad humana, hay quien prefiere usar los ojos y hay quien prefiere la creación de imágenes mentales abstractas. Los partidarios de la lectura encontramos en ese sistema una manera de percibir la realidad más intensa, en la medida que lo que vemos alrededor nos parece de una complejidad tan intrincada que solo los procesos lógicos abstractos pueden servir para acercarse a desentrañarla.

No digo que una manera sea superior a la otra. Digo simplemente que son dos modos diferentes de acercarse a la captación de la realidad que nos rodea. La vida de cualquiera de mis amigos me parece mucho más apasionante que cualquier serie de televisión o superproducción de Hollywood, por muchos sensacionales efectos especiales que transporte. Ahora bien, la cantidad de personas a las que una imagen visual les parece más cercana a la realidad es númericamente mucho mayor que el de aquellos a quienes una imagen mental abstracta les parece infinitamente más plena. A mí ese truco de ilusionismo me resulta escuálido, algo tedioso y esquemático, pero no perjudicial. El único peligro que veo de esas ilusiones es su posibilidad de contagio a la vida política. Hasta las distopías que trataban sobre virus, por escalofriantes que fueran, no podían contagiarnos a través de la pantalla. De ahí también el extravagante y algo enfermizo éxito que tuvo el cine de terror. Era porque al otro lado de la pantalla estábamos a salvo. Pero la vida de verdad sí que infecta.

El peligro es que los políticos, queriendo emular la frenética popularidad de las series, terminen convirtiéndose también en unos simples fantoches primarios y convulsos. Y que, mientras tanto, la realidad, rica y complejísima, llena de matices, siga latiendo ahí fuera.