Opinión

El nuevo régimen

Ya tenemos a España en la «nueva normalidad». Pero para Pedro Sánchez la estrenada situación no se ha convertido en un punto de inflexión de la Legislatura. A lo largo de estos dramáticos meses, el presidente ha tenido oportunidades de conducirse como «hombre de Estado». Muchas voces le han insistido para que se desenganchase de la adicción a los juegos de poder. Sin embargo, no ha tenido el menor interés, por ejemplo, en abrir una vía de entendimiento con Pablo Casado. Por su cabeza únicamente ha pasado empujar la vida política hacia la polarización. Tanto como para forzar al PP a enrocarse ante la estrategia de demonización para arrinconarlo.

La propaganda oficial de Sánchez necesita esquivar el hecho de que su mandato se sujeta con los alfileres de una mayoría hilvanada con fuerzas decididas a liquidar los consensos básicos del que ellas mismas llaman despectivamente «Régimen del 78». La pretensión de los socios del secretario general del PSOE (desde Unidas Podemos hasta el PNV pasando por ERC o EH-Bildu) de armar en el Congreso una comisión de investigación contra Felipe González es otra prueba de esa deriva, aunque por ahora no haya tenido mayor recorrido parlamentario. Con sus claroscuros, el ex presidente contribuyó a anclar a su partido en una socialdemocracia rabiosamente constitucionalista. Esa tradición ha sido derribada ladrillo a ladrillo por Pedro Sánchez. El actual líder socialista cree posible afrontar la gobernabilidad de España con el apoyo de quienes tienen como prioridad demoler el Estado surgido al amparo de la actual Carta Magna. Embarcado en un proyecto político de laboratorio difícil de entender hoy, el presidente rumia el momento en el que pisará el acelerador de un «debate constituyente» que le garantice una década en La Moncloa.

«Las derechas nunca van a gobernar», lanzó recientemente Pablo Iglesias a la cara de los dirigentes del PP y de Vox. El vicepresidente, tan propenso a dar pistas para presumir de lo informado que está, puso así al descubierto los planes. ¿Qué arrojan los sondeos? Los populares cercan al socialismo, pero no terminan de salirles los números. La ventaja de Sánchez es la ausencia –por imperativo matemático– de una mayoría alternativa capaz de derrotarle en unas elecciones generales. Para alcanzar los 176 escaños que permiten la mayoría absoluta, al Partido Popular siempre le faltaría el apoyo de grupos que nunca estarán dispuestos a quitar a Sánchez para poner a Casado. Con ese fin, el presidente no ha tenido escrúpulos en normalizar a los proetarras. De ahí también el acoso y derribo contra Felipe González, otro paso en la disolución del PSOE clásico como partido del sistema. Incluso ha tendido la mano a esa confabulación, guiada por sus coaligados morados, para acorralar al Rey Felipe VI. La Monarquía es un obstáculo para sus objetivos.

Sin duda, este peligroso programa político causa estupor entre diversos barones socialistas, por más que no alcen la voz más allá de lo necesario. El cargo manda. Por increíble que parezca, aunque duelan a algunos dentro del PSOE los ataques a González, referente indiscutible de la izquierda y estatua representativa de una Transición a derruir por el sanchismo y asociados, han recibido una contestación apática por los dirigentes con mando en plaza. Casado, al contrario, con buena vista y en busca del nicho de votos de centro que Sánchez abandona con su radicalidad, se ha erigido en defensor del ex presidente: «Sus socios quieren humillarle e investigarle. Ya le adelanto –dijo en su último debate en el Congreso– que yo me opondré por el respeto que yo sí le tengo».