Opinión
Libertad y Nueva Normalidad
Más allá de la pertinencia lingüística de la expresión «nueva normalidad» se encuentran algunas cuestiones cuya trascendencia, para los seres humanos, invita a la reflexión. Los debates acerca de los múltiples aspectos que encierra este término profuso, confuso y difuso han ocupado ya numerosos foros, en todo el mundo, llenando miles de páginas en periódicos, revistas y libros, además de amplios espacios en medios audiovisuales y redes sociales. El término normalidad tiene diversas acepciones según la R.A.E. Alguna de ellas, por ejemplo, la que equipara lo normal con lo habitual y ordinario, nos remite a la normalidad como elección o aceptación mayoritaria de determinadas cosas, en el orden colectivo. Una especie de estado positivo, producto de la experiencia, informado por la costumbre y conformado, de manera evolutiva, a lo largo de un tiempo más o menos dilatado. Pero también se podría llegar a la normalidad, de manera inmediata y rupturista, a partir de normas fijadas de antemano. En cualquier caso, la normalidad es un ideal, una ilusión que sobrenada por encima de las percepciones individuales de lo normal. Un constructo social, a través de la interacción individuo-sociedad, según ideas y comportamientos en un determinado contexto.
La expresión «nueva normalidad» no es nueva. Podemos encontrarla por ejemplo en 1928, referida a la situación económica, o en 1943 a la cuestión demográfica, incluso empleada por el presidente Suárez invocando la nueva normalidad democrática en España, desde 1977. Desde hace más de una década se anuncia la aparición de una «nueva normalidad», como expresión de lo ocurrido en el ámbito de la economía, a partir de la crisis financiera de 2007-2008. Rich Miller y Matthew Benjamín escribieron en Blomberg News, el 18 de mayo de ese año, el artículo «Post Subprime Economy Means Subpar Growth as New Normal in U.S.» que tuvo un gran eco. Meses después, el 1 de marzo de 2009, Ian Davis publicó en McKinsey Quarterly, «The New Normal». A partir de entonces se sucedieron los trabajos sobre la cuestión señalando que la vuelta a la situación previa a 2007-2008 vendría a ser lenta, compleja e incierta. En 2010 Mohamed A. El Eirán insistía en la nueva normalidad, algo diferente de una crisis pasajera. Nada volvería a ser como antes.
Las cuestiones medioambientales; la pobreza extrema en algunas áreas del planeta; las tensiones etnoculturales; las migraciones «descontroladas»; la crispación suscitada por la confrontación en cuestiones de género; la radicalización de grupos extremistas herederos de viejos totalitarismos; el relativismo a ultranza y la negación de la verdad; la amenaza de deshumanización ante la deriva de la ciencia y la tecnología al servicio de intereses ajenos al bien común; la corrupción…y el agravamiento de los problemas con nuevas formas de conflicto, vendrían demandando también, cambios profundos en los modelos de producción y de consumo y en las estructuras del poder.
En esto llegó la pandemia que ha puesto en evidencia la incapacidad institucional en demasiados frentes; la pérdida de buena parte de las «certezas» que aún quedaban y, con ello, la fragilidad del ser humano, su temor y desorientación. Ahí se refuerza la «necesidad» de la «nueva normalidad», que proporcione respuestas a las incertidumbres y a la angustia, empezando por superar los riesgos de la denominada Covd-19. Pero ¿además del uso de mascarillas y «distancia social» impulsará no solo un cambio de ciclo económico, sino la restructuración económica en todos los aspectos, incluyendo el mercado laboral, y simultáneamente transformaciones de alcance similar en las estructuras sociales y políticas? Asunto peliagudo pues no sabemos cuál será esa «nueva normalidad» y tampoco podemos precisar cuando la alcanzaremos y cuánto durará. ¿Tendrá carácter irreversible o volveremos en lo fundamental a los esquemas anteriores? ¿Cuándo lo nuevo se convertirá en habitual? ¿O lo habitual será la novedad constante?
Por el momento lo que parece más claro son los medios con los que pretenden llevarnos a la «nueva normalidad»: la ideologización, en detrimento de la educación; la manipulación emocional y la coerción normativa, más o menos disfrazada. Nos llevarán los que hablan de que un gran desastre podría ser la oportunidad para llegar a un mundo mejor. Tratarán de hacerlo desde la frustración y la resignación general. Como «responsables» del fracaso a corregir, se apunta a la globalización, ayer ensalzada y hoy duramente criticada. Pero sobre todo, según la exaltación místico-bucólica, a la irracional confianza en el progreso y en la capacidad humana, con la tecnología en entredicho y con el hombre, individualmente considerado, convertido en un sujeto sobre cuya libertad gravitan toda clase de sospechas. En este sentido la palabra libertad ha sido prácticamente desterrada del discurso neonormalizador. Ante tal postergación cabe preguntarse en qué medida afectará la tan cacareada e imprecisa «nueva normalidad» a nuestro proyecto de vida personal. ¿Hasta qué punto repercutirá nuestra pérdida de control sobre lo que suceda, para vivir responsablemente en el porvenir? ¿Servirá finalmente para potenciar los valores humanos o para convertirnos en humanoides?
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