Opinión
Iglesias, sincero como Stalin
No se puede ser una cosa y su contraria. Si eres partidario de la democracia popular al estilo soviético, compartes la idea de una prensa al servicio del partido del pueblo, una policía a las órdenes del poder «popular» y una Justicia al servicio de la revolución que guía tus pasos.
El viceprensidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ha sido siempre perfectamente coherente a lo largo de toda su carrera política. Nunca ha ocultado que apetece un poder omnímodo para el partido que lidera, Unidas Podemos. Ha dicho, por activa y por pasiva, que tiene que haber comités (creo que lo llama «asambleas» aunque también se ha utilizado la expresión «círculos) en los medios de producción y en los medios de comunicación, ha repetido que la prensa libre es un estorbo, ha comentado que los jueces tienen que ser amigos llegados por el cuarto turno o como sea y ha señalado como objetivo derribar la Monarquía, que le impide a él llegar a presidente de la nación. Faltaría más.
Que nadie se queje. Si algo ha sido el viceprensidente Iglesias, es sincero. Tan sincero como Stalin o Mao. Lo que pasa es que a los demás no nos ha gustado el plan. Y ahora le crecen los enanos. Y el votante lo rehúye y sus mareas y podemismos se van al garete. Y el público –ingenuamente- alucina de que tuviese tratos con el comisario Villarejo, robase móviles de sus compañeras, utilizase a los fiscales a su servicio o haya hecho y haga propaganda de la república desde la Vicepresidencia de un Estado monárquico.
Pablo Iglesias está ahora atrapado en su gatera. Pero que nadie finja que no sabía que le gusta la espeleología de cloaca.
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