Opinión
Viejos
Lo viejo es cosa relativa. A nadie le parece viejo Beethoven, salvo a los burros. El nombre de lo pasado de moda es ahora «vintage» y se cotiza alto. Y un coche viejo se llama «clásico» y una tradición o un plato o un baile de antaño, se señalan respetuosamente como «antiguos».
En este paisaje raro que está dejando el coronavirus, que más que plaga parece tifón, que barre las costumbres al paso, se van borrando los saludos cariñosos, los gestos de cortesía, la condescendencia con los despistes ajenos… y los viejos de los espacios públicos. Es pavoroso visitar las terrazas y notar la ausencia de los mayores. Como tampoco hay niños ya, visitar el centro o los lugares emblemáticos condena a ver sólo pandillas de gente muy joven o medianamente joven, de 40 y tantos años. Lo mismo ocurre en los hoteles, de repente convertidos en patios de universidad. Y, por si fuera poco, si algún anciano aguerrido se aventura por las taquillas de los teatros o las puertas de los bares, es posible que se lleve un empujón. Y, si se queja por la cercanía temeraria, hasta alguna imprecación. Mi padre, harto del panorama, salió con bastón el otro día a la castiza Plaza de Cascorro y al empellón respondía con un garrotazo. ¿Le avasallaban? Bastonazo. Le empujaban, puntazo certero. Fue un momento sublime. Espérense a la revolución de los mayores. Henchidos esta vez del respeto que se merecen –aunque sólo sea por afán de supervivencia– se van a abrir paso a bastonazos. Menudos, los de esa generación.
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