Opinión

Catástrofe generacional

El Secretario General de Naciones Unidas ha dicho esta semana que el mundo se enfrenta a una catástrofe generacional por el cierre de las escuelas durante la epidemia de coronavirus. Antonio Guterres argumenta que mil millones de niños no han tenido en los meses pasados una educación regular y que otros cuarenta han carecido de atención preescolar. Sin duda esto es un problema, pero no una hecatombe. Que no hayan tenido escuela, salvo cuando se ha suplido de aquella manera con las tecnologías telemáticas, no constituye un obstáculo insuperable, pues los procesos de acumulación del conocimiento pueden retomarse en cualquier momento, sin mayores dificultades, siempre que ello se haga con la cabeza y no con los pies.

Con los pies es, precisamente, como se ha tratado en España de superar esta circunstancia, pues es con los pies con lo que los alumnos se trasladarán de curso yendo al aula en la que se imparte el que sigue al que superaron administrativamente el pasado mes de junio. Lamentablemente, en este país, mucha gente cree que esto de la educación consiste en que les den el aprobado a sus hijos; más aún, son legión los que consideran que sus vástagos tienen un sacrosanto derecho a ser aprobados. Una que profesa esta religión del aprobado general es la ministra Celaá, pues considera que con él se destila el principio progresista de la igualdad. O sea que, si todos aprueban, todos son iguales y no se hacen distingos entre unos y otros. El Covid-19 le ha dado a esta ministra la oportunidad para aplicar con generalidad ese principio y, de paso, lograr estropear del todo lo que la epidemia no había conseguido. Porque una cosa es que no se haya podido ir a clase y otra bien distinta que, cuando se pueda, se recupere el terreno aún no explorado. Pero si se salta de curso así como así, como por ensalmo, sin saber nada, se llega al destino huérfano de los conocimientos que son precisos para entender los nuevos contenidos. El aprendizaje es un proceso acumulativo, de manera que lo que se puede llegar a saber hoy depende de lo que se supo ayer. No hay saltos en el aprendizaje y, por tanto, los aprobados generales no son sino ensueños que preludian la verdadera catástrofe. Celaá, y también Guterres, deberían asimilar esta idea. Si lo hicieran, propondrían un plan de estudios especial para la generación de la epidemia, en el que el cuatrimestre perdido se incorporara al curso siguiente, no para añadirse, sino para sustituir en parte lo reglado en éste. Los estudiantes acabarían, así, medio año más tarde. ¿Es ello una tragedia?