Opinión

Un deseo inefable

Me niego a despreciar por completo ese ingente movimiento público que precipitó finalmente en la creación de Podemos. Una parte de la sociedad estaba desilusionada legítimamente con el vaivén del bipartidismo y oteó posibilidades de mayor justicia social, participación ciudadana y un renovado interés por la polis. Ahora explican que la corrupción interna del partido, la falta de coherencia, las contradicciones, han llevado a la desafección. Es cierto, pero no sólo.

El problema de fondo es que Podemos aceptó un desafío mesiánico que, sencillamente, ninguna formación puede colmar. Cada cierto tiempo aparece un grupo adanista que quiere refundar la realidad. Que promete todo aquello que nuestros corazones desean (justicia, libertad, igualdad) y que cae después, inevitablemente, en los viejos errores de aquel primer problema entre Caín y Abel.

Líbrenos la historia de semejantes mesías. Cuando surgen, sean fourieristas, bolcheviques o bolivarianos, acontece con demasiada facilidad la destrucción de lo viejo… al grito de «revolución» se quema, se desmonta, se expropia, buscando siempre una nueva belleza. Luego, luego… acontecen otra vez el vacío, el aburrimiento, la experiencia del límite, el error, el pecado. Y entonces se comprende que lo que uno necesitaba era más hondo, es un perdón, una resurrección, un bien inefable. Algo ridículamente lejos de los programas de un partido. Y se siente tristeza. Y uno se pregunta por qué lo quemó todo. Demos gracias de que esta vez no se haya ido tan lejos. De que, al menos esta vez, no haya muerto nadie. Y alegrémonos de seguir deseando la belleza.