Opinión
Ecologismo de pacotilla
Hay demasiados defensores del mundo verde que colocan a idéntica altura al gorila de bosque y al ser humano. Demasiadas partidarias de que la violación de la gallina reciba el mismo tratamiento que el vapuleamiento de la mujer. Se ha extendido la idea simplona de que conviene proteger al planeta del hombre, como si la incorporación de millones de personas en Asia y América a las clases medias –vía seguramente una expansión industrial que convendría ordenar– mereciese en sí misma condena. La misma concepción lleva a vestir con ropitas asfixiantes a perros y gatos y a jugar con ellos a papás y mamás.
La expresión de este caos mental es tediosa. Mi madre, de 83 años, ha pasado un infierno en las playas navegando por la arena ardiente hasta la orilla del mar, con dos rodillas implantadas y una columna vertebral dolorida. La razón, el silencio administrativo a los requerimientos de un hotel de El Saler, en La Albufera, para alargar veinte metros una alfombra de madera que permita a ancianos y discapacitados acceder al baño. Como si la madera fuese a cortar la playa. Como si el chorlitejo patinegro de la Albufera fuese a ver disturbada su vida por ello.
La tierra merece respeto porque es la bella casa común. La fauna y la flora son la expresión orgánica del planeta, pero todo ello existe para hacer posible la vida de un anciano o un bebé humanos. ¿Quién, si no, se gozará de la existencia del chorlitejo?
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