Opinión

El lío de Rajoy

Rajoy podría susurrar «Anoche soñé que volvía a Manderley». Ahora parece el ama de llaves de Rebeca contemplando como arde lo que queda de Génova, 13. Aquel partido es hoy es una melancolía de charrán que quiso o no ser gaviota y el expresidente, (otra vez), una rémora que baja las escaleras con indolencia sin ni siquiera tocar las medias. El demonio son los otros. Rajoy nunca estuvo allí. Hay veces en que la historia está condenada a repetirse, pero que lo haga tanto tiene que ser cosa de meigas. De Pontevedra por más señas. Una maldición acompaña al registrador de la propiedad desde que apareció en escena. Rajoy siempre luchó por un perfil plano, quiso ser el rey de las medias tintas, el hombre que huía de los líos, el político prosa, y, sin embargo, acaba siempre acorralado por el drama que jamás desemboca. Un Shakespeare de clase media. Unos entremeses con empanada. Incluso ahora que la manta de tanto tirar de ella es más un deshabillé de cuando el destape, continúa andando deprisa y corriendo despacio como si el tiempo le fuera ajeno. Mariano y Pablo, que tan buena pareja hacían en el Congreso, se encuentran en los papeles, dándose el testigo de la providencia y el banquillo. quién lo iba a decir. Hubo un tiempo en el que pensaba que sacarle a relucir que leía el «Marca» era para esos humoristas del club de la comedia que hacen chistes tan malos que hay que enlatar las risas para que se entiendan. Pero el caso Rajoy ha llegado a un punto de vodevil que caigo en aquello que criticaba y me atrevo a aconsejar al ex presidente que sea lo único que vea. Un partidito de nueva normalidad en lugar de aquel partidazo.