Opinión
Cuando las cosas se hacen mal
Vuelvo sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Sé que es un tema bastante cansino, que aburre y es enojoso, pero está ahí: tiene relevancia no sólo porque está en juego la realidad del principio de separación de poderes, sino porque es un ejemplo, y no pequeño, de un modo censurable de hacer política.
Hace quince días me refería a que esa renovación está atascada, atasco que va para dos años. ¿Anomalía?, desde luego que sí porque la Constitución manda que se renueve cada cinco años, pero estos retrasos no son raros: es la consecuencia de la partitocracia y por ahora el récord lo ostenta el Consejo del que formé parte (de noviembre de 2001 a septiembre de 2008) y la cuestión es si el actual va a batirlo.
Hace una semana fue la Apertura de Tribunales, ese día hubo una clara censura a los partidos políticos por el atasco en la renovación; censura que fue, al parecer y fuera de focos, incluso regia. Ese mismo día el presidente del Gobierno atribuyó la culpa al PP porque abortó en el último momento un acuerdo que estaba cerrado «al 99%» y revelaba así detalles de una conversación privada. ¿Será cierto? Personalmente le doy el valor que merece la palabra de quien lleva el mentir como seña de identidad.
Cierto o no, comprendo al PP: es imposible pactar que Podemos entre en el gobierno judicial, un partido que insulta a la Justicia, ataca a la Jefatura del Estado, quiere dinamitar ese Estado constitucional y a España como nación. Pero el plante del PP no deja de ser inútil, estéril. La izquierda siempre tiene a mano jueces o fiscales extraídos del orbe progresista, un mundo en el que hay miembros de asociaciones que valen tanto para un roto como para un descosido, que son lo que son: agentes togados de la izquierda política e ideológica, que están activos, en el banquillo o durmientes, pero a disposición de socialistas, comunistas e independentistas, y estos sea cual sea la intensidad o virulencia de su separatismo. Da lo mismo quien los elija que saben para qué están.
Y el PP tiene mucha culpa de esta situación. Ya he dicho hasta la saciedad que contó con mayorías parlamentarias para volver al sistema netamente constitucional en el que de los veinte vocales del Consejo, los doce judiciales los elegíamos los jueces mediante voto personal, directo, libre y secreto, sin interferencia política: era la consecuencia lógica de la separación de poderes. Acometer tal reforma había sido su promesa electoral desde 1985. Mayorías habrá tenido, pero no deseo y en los últimos tiempos que gobernó, de haberle planteado a su entonces líder tal empresa regeneradora quizás la hubiera despachado con un «menudo lío»; o sus dirigentes con un «no es el momento», como sucedáneo de sabia astucia, o la verdad la mostró la grosera sinceridad de un Cosidó. Pues sí, momento había y tan imprudente es el alocado como quien se abstiene de hacer lo que puede y debe hacer. No hacerlo le hace copartícipe de esta crisis institucional.
Dejada pasar esa oportunidad fue ya de vergüenza ajena que en 2018, vuelto a la oposición, pretendiese salvar la cara –y quizás su conciencia– intentando repescar su vieja e incumplida promesa. Metió in extremis y con calzador una enmienda a una ley ajena al tema y encima chapucera: ¿acaso pensaría que tal iniciativa imposible siquiera sería tomada en serio hasta por los partidarios? Tal apaño me recordaba a su actitud ante las leyes del «matrimonio» homosexual o del aborto libre, que pudiendo derogarlas no lo hizo, y ladinamente las impugnó ante un Tribunal Constitucional cuya renovación había pactado en unos términos que hacían inviable sus propios recursos.
Esto pasa por trastear con el prestigio y buen funcionamiento de las instituciones y cuando hay negligencia el enemigo ya no es única y necesariamente el demonio rojo, también lo es uno mismo. Si cuando se pudo reformar se hubiese hecho, ahora quizás el Consejo estaría renovado, al menos en sus doce miembros judiciales elegidos por los jueces; podría haber atasco para renovar a los otros ocho no jueces, cierto, pero funcionaría y no sería un órgano por entero paralizado y desprestigiado.
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