Opinión

A la calle

Este fin de semana la gente de Madrid se tiró a la calle como si no hubiese un mañana. Bajando yo hacia Colón camino del teatro, miríadas de personas subían y bajaban con sus mascarillas, sus perros, sus bolsas de comprar, sus carritos de niños, sus ansias de liberación. Nunca he visto tanta gente por esa vía que recorro a menudo. Los madrileños no se fueron de puente, pero expresaron su hastío lanzándose a la calle. El tiempo acompañaba y las mujeres lucían piernas morenas y vestidos de tirantes. Los hombres en pantalones bermudas y sandalias parecía que iban a plantar una sombrilla en la playa. Pena que aquí no hay playa. Pero lo que sí hay es mucha hartura de epidemia y gobernantes ineptos. Este fin de semana en Madrid ha habido una especie de acuerdo tácito entre los viandantes. Estos días no había policías de balcón, algo que se creó con el encierro en nuestras casas. Este finde era como lo último de algo. Quizá del verano. También de la confianza en nuestros políticos. Y ellos mientras gritándonos que hay transmisión comunitaria, y nosotros en las terrazas de los tantos bares que ahora la tienen, tomándonos cervezas de dos en dos o de seis en seis, o de seis a siete que decía Serrat en su canción. Pues si hay transmisión comunitaria habrá tenido fiesta también, porque aunque lo intentábamos era casi imposible guardar la distancia en los parques, en las plazas, en las callejuelas. Y a mí me parecía leer en la mente de mis conciudadanos una idea: dejémonos llevar por el instinto, por la experiencia, por el sentido común. ¡Y los del poder y sus voceros a su puñetera casa!