Opinión

El Rey es Otegui

Con solo nombrar a la serpiente desenroscada que ahora es Otegui los enfajadores del Gobierno han saltado a la lona a defender al púgil envuelto en esa vaselina dialéctica por la que le resbala cualquier intento de disimulo. Que vayan a juzgarle de nuevo por pertenencia a banda armada es una «cuestión personal» para Ábalos, como si el hecho de ser etarra fuera comparable a elegir una marca de calzoncillos o el pincho del aperitivo. Que sí. Hombre, pues para ser una cuestión personal, que le pregunten a las víctimas por las lápidas. Mis últimas visitas al cementerio concluyen que se llevan mucho las de mármol gris no muy oscuro salpicadas de vetas negras. Para gustos, los colores. Ya tiene una respuesta para el juez. ¿Ruipérez? No era nada personal, solo negocios.

Otegui es un hombre de paz, toro sentado con bandera blanca, bañado en sangre de los demás, un ejemplar vampiro de los de llevarse al Museo de Historia Natural, un trueque para mantener el poder aunque entre las líneas del Presupuesto los números se cosan con el dolor y la rabia. El Supremo ha puesto el retrato del delincuente frente a un Ejecutivo que le hace ojitos y que «acatará» cualquier decisión judicial, «como no podía ser de otro modo». Como hicieron con Rajoy. Tanto acataron que al final se convirtieron en jueces. Un presidente errático con cuitas de partido no merecía seguir al timón pero son bienvenidos los condenados por sedición y presuntos terroristas. Arnaldo no existiría sin el oxígeno del respirador monclovita, se habría evaporado en su propio aire, como el pedo de Giuliani, pero no bastaba con que solo el vicepresidente llevara pendiente. Cuesta imaginar una democracia de las de por aquí en la que un socio de Gobierno se siente en el banquillo por intentar reconstruir una panda de asesinos. Que será personal, como asevera Ábalos, pero también era personal el vis a vis con Delcy en Barajas, que no pasa nada. No han hecho la vista gorda con la bufonada de Zarzuela, que eso no es «personal», pero, en fin, que todo político y periodista de postín le pone los deberes al Rey viejo que un día nos salta cargado de razón con «¡Ni que fuera yo Bin Laden». El demonio son los otros.