Opinión
La colonización de España
En contra de su afición a las filtraciones, el Gobierno ha decidido no hacer público el acuerdo con Gibraltar. Argumenta que prevalece el derecho a la información del Congreso, algo bastante absurdo y que no ha regido para el acuerdo entre la UE y Reino Unido. La discreción contrasta con el triunfalismo con el que el mismo Gobierno ha tratado de vendernos un acuerdo que no conocemos. Es lícito sospechar, por tanto, que algo habrá en el acuerdo que no pinte tan triunfal como el Gobierno y su ministra de Asuntos Exteriores se esfuerzan por contarnos. Un primer punto, tal vez, sea el contraste entre lo que Sánchez dijo en su momento y lo que su ministra anda predicando ahora. En 2018 , Sánchez habló de integridad territorial, soberanía nacional e identidad de nuestro país. Ahora parece que todo eso ha caído en saco roto. Tampoco se habla de cosoberanía, que era la forma en que se había intentado tratar el asunto ya en tiempos de Aznar. De pronto, se trata de europeizar Gibraltar: acabar con la frontera y facilitar el tránsito de los trabajadores españoles a la Roca… a la espera de convencer a los gibraltareños de las bondades de nuestro país, como si no las conocieran y las utilizaran de sobra.
En el Campo de Gibraltar, todo el mundo sabe que los socialistas son siempre bienvenidos en la sede del gobierno del Peñón. Lo que es un apunte costumbrista, con un relente inequívoco de costumbres políticas no muy aseadas, alude también a una larga tradición: la simpatía con la que el progresismo español ha visto siempre ese pedazo de territorio español –más o menos–, donde reinaba una forma de libertad ajena al oscurantismo católico reinante en España… Los llanitos, tal vez los monos, siempre tuvieron ese halo liberal que nos falta a los españoles, tan brutos y atrasados siempre.
El asunto cobró una dimensión distinta con Rodríguez Zapatero, cuando la negociación con el Reino Unido se abrió a los representantes de Gibraltar. Ahí quedó claro que Gibraltar pasaba a ser una pieza más, y no menor, de un nuevo designio para España. La España postnacional que Rodríguez Zapatero empezó a diseñar encontraba aquí su piedra de toque. La cuestión de la soberanía quedaba atrás y hoy en día, con el triunfo del proyecto zapaterista, pasa a ser una antigualla, reservada sólo a los llamados «soberanistas», ajenos al rumbo de la Historia y que siguen creyendo en la vigencia de la nación y su relación intrínseca con la democracia liberal. ¡Qué bárbaros!
El nuevo estatuto de Gibraltar, europeo pero no español aunque sin perder la soberanía británica, es por tanto una pieza más del «Estado compuesto» que tanto gusta a este Gobierno. Y mientras nosotros experimentamos con nuevas fórmulas post nacionales y post soberanas, el País Vasco, Cataluña y Gibraltar –y Gran Bretaña– afianzan conceptos duros y clásicos de nación y soberanía. Modelos en los que los españoles quedan excluidos… como no sea para trabajar como inmigrantes en lo que fue su propio país: los nuevos colonizados de la Nueva España.
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