Opinión

Las reglas del juego

Incluso en la visión más restricta de democracia como la de Schumpeterl, limitándola a la de un método de competencia electoral para formar gobierno, lo ocurrido en el Capitolio Norteamericano resulta extremadamente grave, tratándose como se trata la americana de la democracia más antigua del mundo moderno. En una democracia no cabe en modo alguno jugar con las rejas del juego democrático, puesto que son sagradas; el método democrático es además de un instrumento un principio consagrado en todas las constituciones democráticas del mundo, y el cual debe inspirar toda la actuación pública. Todo estado de derecho descansa sobre dos principios: el principio democrático y el principio de legalidad, de tal suerte que la voluntad popular no puede expresarse al margen de la ley, pero debe existir una ley con el suficiente rigor técnico como para expresar dicha voluntad de la forma más segura posible. El sistema electoral norteamericano, así como sus garantías y control, no es de los más depurados del mundo, y requiere de una actualización, pero el cuestionamiento de unos resultados electorales solo puede hacerse desde la racionalidad y una mínima base objetiva. Fácil resulta manejar a las turbas sobre la base de engaños, y eso es algo que en España también hemos sufrido especialmente desde los ámbitos de la izquierda radical y el populismo. Ya lo vivimos en la jornada electoral del 11 de marzo de 2004, donde la manipulación alcanzó grados imposibles. Pero lo vivimos de forma grave con el asalto al Parlamento Catalán, y muy especialmente con el golpe de estado de 2017 en Cataluña. Todo ello nos debe conducir a una profunda reflexión, comprobar cuan frágiles son nuestras democracias por muy asentadas que estén. Resulta paradójico comprobar como a veces desde el propio sistema democrático se generan expectativas en las que conductas delictivas muy graves son contextualizadas en medio de conflictos políticos, apuntando un futuro en el que es posible el perdón a través de indultos, y ello, en función del color político del gobierno de turno y bajo el falso y mendaz pretexto de dar solución a un conflicto político. El simple hecho de dibujar la posibilidad de que personas que han cometido graves delitos puedan ser perdonados por el simple hecho del contexto político en el que se imbrican es nauseabundo, y máxime cuando los condenados no han efectuado un mínimo arrepentimiento e incluso algunos confiesan públicamente que lo volverían a hacer; esto es un pecado democrático, amén de un desprecio a la ciudadanía y al poder judicial. En democracia no todo vale, el principio de legalidad es el camino por el que debe trascurrir el principio democrático, lo demás es populismo y desprecio a la propia democracia y esto, lo comete quien no acepta un resultado democrático como quien no acepta una resolución del poder judicial. En democracia las reglas son sagradas y su cumplimiento una obligación legal, política y moral, y el que lo contraría contrae responsabilidad legal y política. Cuando el cumplimento de la ley democrática se considera un obstáculo algo grave esta pasando.