Opinión
PSOE/Podemos: voladuras controladas
La «paternidad» a la hora de registrar la ley de igualdad de trato ha sido el último capítulo de malestares y mutuas desconfianzas, pero que nadie se alarme ni se engañe, la sangre no llega al rio. Aunque el de PSOE y Podemos pasa por ser el primer gobierno de coalición en nuestra actual etapa democrática y ello conlleva una sucesión de inevitables chirridos, la realidad es que las líneas troncales de actuación marcadas para la legislatura –y por muchos ríos de tinta que hagan correr puntuales desencuentros– ni han renqueado en lo fundamental de su filosofía, ni parece que vayan a poner en peligro un matrimonio que, como otros muchos de conveniencia, al fin y al cabo garantiza el gran paraguas del poder vía BOE y manejo de presupuesto.
Ni a socialistas ni a podemitas les supone en términos reales especial quebranto el aireo de unas diferencias que en última instancia lo que hacen es apuntalar posiciones ante sus propias feligresías defendiendo la esencia ideológica frente a las «presiones» del otro socio de gobierno, algo tan ya inventado y añejo como la propia política. Estos días hemos tenido alguna prueba palmaria de esas «voladuras controladas» dentro del gobierno que reafirman posiciones frente al socio en casos como las diferencias a la hora de apoyar una investigación parlamentaria al rey emérito, pero al mismo tiempo hemos contemplado también como PSOE y Podemos tocaban sin un solo desafine y al mismo son, cuando se trataba de alguna cuestión bastante más importante y de común interés como agilizar en la mesa del congreso los trámites para la reforma de una ley del CGPJ que, una vez aprobada impediría a los actuales vocales en situación de interinidad llevar a cabo nombramiento alguno. También el debate a costa del recibo de la luz a puesto de manifiesto esa tendencia a la autoafirmación incluso escuchando a ministras como Irene Montero hablar en tercera persona de un gobierno al que pertenece desde hace un año, casi como si existiera la «política cuántica» permitiéndole estar al mismo tiempo en el gobierno y en la oposición. Los encuentros-desencuentros con rupturas finales entre PNV y la antigua CiU, primero con González y después con Aznar en los tiempos en los que el nacionalismo colaboraba con la gobernabilidad del Estado son buena prueba de ello, aunque no se tratase de coaliciones sino de pactos de legislatura. Ergo, tensiones en el seno del gobierno sí, pero las justas. Único límite, el «machito».
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