Pandemia

En la misma piedra

A estas alturas de pandemia, de estado de alarma, de paro y de melancolía, todavía adolecemos de una decidida directriz general

Me apuntaba alguien con no poca ocurrencia, lo curioso que resulta contemplar como los niños entendieron estas pasadas navidades que no habría cabalgatas de reyes, mientras que toda una ministra de Igualdad y un portavoz parlamentario no parecían asimilar que este próximo 8 de marzo no deberían llevarse a cabo manifestaciones en las calles. Afortunadamente el delegado del Gobierno en Madrid ha estado a la altura priorizando razones sanitarias para prohibir esas concentraciones, pero ahora queda el Rubicón de la Semana Santa y a estas alturas de pandemia, de estado de alarma, de paro y de melancolía, todavía adolecemos de una decidida directriz general no tanto sobre lo que se puede, sino sobre lo que se debe hacer en unas fechas clave, tanto para asestar un golpe que podría ser definitivo al coronavirus, como –si no hemos aprendido la lección– para abonar el terreno a una nueva ola de contagios.

Vaya por delante –a cada cual lo suyo– el reconocimiento al «mea culpa» entonado por el presidente del Gobierno en sede parlamentaria a propósito de la ligereza con que el pasado mes de junio dio por derrotada a la pandemia, pero parece claro que si volvemos a tropezar en esa misma piedra ante la cercanía de señaladas festividades estaremos directamente poniendo en cuestión la ansiada y doble recuperación sanitaria y económica. Conviene llamar a las cosas por su nombre desde las distintas administraciones y dejar de mirar por una vez a la maldita demoscopia porque no hace falta ser virólogo para comprobar que la actual ola del covid llegaba entre los destrozos de «Filomena» justo después de las navidades, plagadas de encuentros familiares e insuficientemente restringidas. Pretender salvar una parte por pequeña que sea de la Semana Santa, e incluso aplazar su componente festivo por ganar unos días, además de no salvar a la economía especialmente castigada en el sector hostelero y de la restauración, puede poner en riesgo –y esto si seria realmente trágico– a la temporada de verano que, junto a las ayudas europeas se perfila como único punto de arranque para el fin de la pesadilla. La barrera sobrepasada de los cuatro millones de parados parece suficiente luz de alarma para no incurrir en la irresponsabilidad del pan para hoy y hambre para mañana. Lo de la «cogobernanza interterritorial» está muy bien, pero si desde el Ejecutivo central se impone –pese a quien pese– la unificación de criterios, ya será la bomba.