Confinamiento

Un año, ya

Y de repente, el silencio. Las calles paradas como si una bomba atómica las hubiese vaciado, parecía que pisabas el mundo la primera vez.

Habíamos llegado a la luna en una nave, vencido a las infecciones con antibióticos, cruzado el mundo en aviones supersónicos. Y de repente, el silencio. Las calles paradas como si una bomba atómica las hubiese vaciado, parecía que pisabas el mundo la primera vez. El miedo a no tener pan o papel higiénico ¡que hay que ver la que liamos con el papel higiénico! Los médicos se lanzaban por los pasillos del hospital a una lucha a ciegas, porque no conocían al enemigo, porque los pacientes se ahogaban y había que hacer la dramática elección de quién recibía y quién no un respirador.

Nuevos objetos entraron en nuestra vida: baldes con lejía para los zapatos, fumigadores para los productos, ordenadores que conectaban a los abuelos con los nietos. Nuevas normas también: horarios para andar de una lado a otro por las aceras, conciertos en las terrazas, gimnasia por internet, sesiones de panadería en casa. Era nuestra guerra mundial, la de esta generación que veía acumularse los féretros en la morgue y no podía ya despedirse de sus moribundos. El covid nos ha cambiado. Ha hecho que usemos el móvil para pagar, aprendamos informática, dejemos de besarnos, escrutemos a los demás, hagamos cola frente a las tiendas, volvamos a comer en familia, aprendamos el silencio, averigüemos de nuevo que correr como hámsteres lleva exactamente al mismo lugar que deambular despacio.

Me quedo con la enfermera que hizo vídeos para los parientes angustiados, el médico que de noche escudriñaba las investigaciones en la otra punta del mundo, el basurero que recogió los restos sin pensar dos veces que tocaba el covid en cada bolsa, el camionero que pasó la epidemia volando por las carreteras para traernos de comer, las limpiadoras que se volvían locas intentando determinar lo que mataba al virus, el párroco que aprendió las videoconferencias para ponernos la misa en casa. Y de frase, elijo la de Francisco en la ONU: “De una crisis no se sale igual, salimos mejores o peores”. Es tiempo de echar cuentas. De anclar en nuestra vida lo aprendido y descartar las mezquindades. Es tiempo de empezar, necesitamos renacer.