Política

Madrid ante el acoso al «régimen del 78»

La libertad, como la democracia, está en juego todos los días. En su ejercicio y en su defensa ante sus enemigos, que lo son tanto por sus resabiados idearios y rimbombantes declaraciones, como en las políticas concretas que llevan a cabo y su escaso respeto de la ley. España no es una «democracia militante» que impide que existan partidos –con amplia representación parlamentaria– que van en contra del orden constitucional –incluso con el más execrable de los métodos: la violencia–, aunque la experiencia reciente nos ha dado algunas lecciones sobre cómo éstos se aprovechan de un régimen liberal para destruirlo. El mayor ejemplo es la irrupción de Podemos, encarnado en su líder único. A Pablo Iglesias le gustaría que el debate en las elecciones de la Comunidad de Madrid a las que se ha presentado girase sobre sus principios ideológicos que, sobre el papel, son infalibles, pero que no aguantarían someterse al rigor de los hechos contrastables: basta comprobar el desastre político, social y económico de la Venezuela chavista que tanto defienden –y asesoraron– para entender que cuando habla de democracia quiere decir que ésta sólo es «plena» si se eliminan a sus adversarios. Iglesias ha presentado sus credenciales democráticas refiriéndose a la derecha como «derecha criminal», que no hace falta interpretar porque anuncia claramente sus objetivos y su estrategia electoral. Hace bien Isabel Díaz Ayuso en decir que «no dedicará ni un minuto» al líder de Podemos porque, si algo ha dejado claro su estancia en el Gobierno como vicepresidente, es que él no ha venido a la política para gestionar los asuntos públicos que preocupan a la ciudadanía, incluso cuando ha sido un verdadero desgarro emocional, como las casi 30.000 personas fallecidas en residencias de mayores en toda España, algo que caía de lleno en su responsabilidad. Que su objetivo en esta campaña es remover las sentinas del partidismo más cainita, es innegable, por lo que aceptar este reto supondría un retroceso en lo que debe ser una democracia tolerante y liberal. Si en algo se puede caracterizar la irrupción de Iglesias en la política española es en el manejo del odio, volver a delimitar el terreno de debate entre bandos y recuperar el lenguaje guerracivilista. Ahora bien, será incapaz de debatir sobre la libertad de económica en Madrid, lo que la sitúa entre las comunidades donde es más fácil montar una empresa, donde existe menor presión fiscal, donde el intervencionismo no permitiría expropiar pisos de alquiler. Iglesias ha optado por situarse en una patética barricada «anifascistas», creyendo que por eso –tal es su visión infantil de la política– todo lo que está al otro lado es «fascista». Madrid no se puede permitir unas elecciones donde socave los logros de «pacto del 78», pero debe dar ejemplo de cómo se defiende. También puede debatirse sobre libertad y comunismo.