Vida cotidiana

Chumino

Lo que aprenderíamos de tener una ley de educación menos estrecha de miras

Estamos tan estragados por la Logse y sus bastardas, que ignoramos casi todo de la provincia de al lado y qué decir de la de menos al lado. Málaga fue tan importante en el siglo XIX que su puerto superaba incluso al de Barcelona, sobre todo en lo tocante al comercio de vinos, textiles e ideas, que por eso entraron por allí y por Cádiz las tesis liberales y masónicas, casi siempre procedentes de Gran Bretaña y Francia, pródigas en logias, constituciones y pronunciamientos. Los sherrys y finos daban la vuelta al mundo y sembraron las calles de apellidos foráneos de dinastías que se hicieron malagueñas. Huelin, Reding, Temboury, Loring siguen hoy marcando grandes avenidas de la ciudad, aunque la filoxera hace mucho que se llevó aquellos esplendores comerciales, que afortunadamente han reverdecido por el turismo. En ese tejemaneje industrioso y frenético del puerto de Málaga, lleno de estibadores, capataces y marinos, los extranjeros dejaron el habla preñada de expresiones que el ingenio de la zona adoptó con rapidez y alborozo. Estar «aliquindoi» por «have a look on it» (estate atento) se usa todavía hoy. También el término «merdellón», para el hortera o maleducado, que proviene del «merde gents», que los franceses usaban para insultar a los españoles. La más procaz y graciosa de estas traducciones cimarronas se ha exportado a toda España. Era la que hicieron las putas del puerto, cuando los barcos entraban en la bahía con marineros ansiosos de abrazos, que no esperaban a atracar para gritar a las prostitutas que les mostrasen los bajíos desde el muelle. «Show me now!» (enséñamelo ahora) voceaban y ellas, ni cortas ni perezosas, se levantaban las sayas y les mostraban los «gitanales». De este «showmenow» quedó «chumino», cuando se produjo la metonimia de la parte por la acción, y tanto ha crecido el uso que hoy es hasta palabra cariñosa en Andalucía, que no designa sólo el sexo femenil, sino a la mujer misma, como ocurre con «chocho», que yo se lo he oído en Sevilla de un padre a su hija pequeña. Vea usted lo que aprenderíamos de tener una ley de educación menos estrecha de miras.