Opinión

La nueva normalidad era esto

El paraíso de la nueva-normalidad que nos prometió nuestro gran-timonel Sánchez no acaba de llegar nunca

Se acerca el fin del estado de alarma y estamos como cuando comenzó: huérfanos del instrumento alternativo que permita encarar la lucha contra la pandemia sin decretar medidas que son más propias de regímenes autoritarios que de democracias occidentales. Pasan los meses y la ciudadanía se acomoda dentro de este estado sovietizado en el que no te puedes mover, impera el toque de queda, la policía es omnipresente, no puedes ir a tu segunda residencia y el derecho a discrepar está tan impedido como el derecho a protestar.

El paraíso de la nueva-normalidad que nos prometió nuestro gran-timonel Sánchez no acaba de llegar nunca. O quizás es que la nueva normalidad era esto. Dijo que habría una legislación alternativa para no imponer otra vez el estado de alarma, pero llegó la desescalada, decretó la derrota del virus, nos animó a salir con alegría a la calle, y después del estío aprobó un nuevo estado excepcional más largo que el anterior. Sin haber hecho nada en este tiempo para dotar a la ley de salud de los instrumentos necesarios para encarar la emergencia sanitaria evitando tener que restringir libertades individuales. En Bélgica, la Justicia se lo ha dicho con claridad al Gobierno: tienen ustedes un mes para elaborar una «ley de pandemias» y dotar de base legal a todas las medidas que limitan las libertades constitucionales y los derechos fundamentales. En Bélgica ha surgido una Liga de los Derechos Humanos que lleva meses intentando poner freno a esta sucesión de decisiones que escapan al control parlamentario, eluden la transparencia y permiten medidas coercitivas en casi todos los ámbitos, sin debate ni consenso social. En otros países, como en Bélgica, hay movimientos ciudadanos intentando evitar la arbitrariedad de unos gobiernos que se sienten cómodos sin dar explicaciones de sus actos.

Máxime cuando se ha visto que un mayor confinamiento no es garantía de nada. Lo publicó el Corriere de la Sera el viernes: «El milagro de Madrid: no cierra pero tiene menos víctimas que Milán. (…) La diferencia en la vida cotidiana entre los dos motores económicos es sorprendente. Desde octubre, la región de Madrid se ha mantenido abierta, Lombardía siempre cerrada. El sacrificio que se pidió a los comerciantes y restauradores lombardos fue enorme comparado con el de sus compañeros madrileños (…) Los españoles se quejan por tener que volver temprano a casa, pero para nosotros los italianos cerrar a las 11 de la noche es un espejismo». Y es verdad. Madrid (abierto) ha sufrido menos que Milán (cerrado). La revista The Lancet resumió las claves del trabajo: test rápidos de antígenos a cualquier persona en cualquier lugar, recuento del virus en las aguas residuales e insistir en el distanciamiento y las mascarillas. Los cierres han sido casi totales no sólo en Milán sino en casi toda España, pero los resultados de Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga, Zaragoza o Bilbao fueron peores que los de Madrid.

El Gobierno de Sánchez debería sacar conclusiones positivas de esta cuestión. En lugar de hacerlo, se dedica a difamar a Isabel Díaz Ayuso con datos manipulados sobre la incidencia de la covid, cruzándose de brazos, no haciendo nada, cuando debería tener ya lista una «ley de pandemias» que permita conjugar la salud con los derechos y libertades más fundamentales.

El estado-policial no es propio de las democracias, que han de ser transparentes, someterse al control parlamentario, dar cuenta de sus decisiones, permitir la crítica y hacer todo eso preservando la salud de los ciudadanos. Lo fácil es el Estado de Alarma. Lo difícil, hacer que la Sanidad y la economía sean compatibles.