Coronavirus

Vacuna o muere

Si no por compasión o misericordia, debemos compartir los medicamentos por egoísmo

Joe Biden apoyará ante la OMC la suspensión temporal de la propiedad intelectual de las vacunas contra el Covid-19. El abuelito cebolleta, al que sus enemigos tachaban de monigote al servicio del mal, prosigue su pedalada roosveltiana. Sigue sin poner firmes a los woke, feligreses de una religión laica con tintes fundamentalistas, que aspira a retomar las hogueras de Salem con sortilegios foucaultianos. Aunque apoyado en la muleta circunstancial de esos chiflados, termitas democráticas, parece más interesado en debatir sobre el crecimiento económico, la creación de empleo y riqueza, la desigualdad, las infraestructuras, la revolución verde, la competencia con China, la necesidad de fortalecer la industria nacional, etc. También le importa la gobernanza mundial, donde Estados Unidos sigue siendo la luz en la colina. No transige con ese que os den tan de moda entre quienes confunden la madurez y el pragmatismo con el sálvese quien pueda. El mundo no puede permanecer impávido ante la eclosión del virus en los países pobres, mientras la India es ya una gigantesca artesa colgada del Ganges para incinerar los cadáveres de miles de ahogados. No puede y no debe por pura caridad cristiana, por humanidad y vergüenza. Como explicó la representante de Comercio Exterior de EE.UU., Kahterine Tai, estamos ante «una crisis de salud mundial y las circunstancias extraordinarias de la pandemia Covid-19 exigen medidas extraordinarias». «La administración», ha añadido, «cree firmemente en la protección de la propiedad intelectual, pero al servicio de poner fin a esta pandemia, apoya la exención de esas protecciones para las vacunas Covid-19». Yerran los que invocan la inseguridad jurídica o temen que una exención de las patentes coagule futuras investigaciones. Las farmacéuticas implicadas acumulan beneficios monumentales, que seguirán llegando porque la inmunidad de grupo a nivel mundial no llegará nunca y el Covid-19 está para quedarse. Tampoco hubo arbitrariedad cuando Donald Trump invocó la ley de Producción de Defensa, que permite obligar a las empresas privadas a priorizar los contratos federales y fabricar los materiales que le encargue el gobierno. En aquellos días, cuando la gente mataba por un ventilador mecánico, los gobernadores le pidieron a la Casa Blanca que nacionalizara la cadena de suministros médicos. Ni socialismo ni leches: cuando caen las primeras bombas más vale que los gobiernos pongan los recursos nacionales al servicio de la victoria. Y como el proceso civilizatorio ha extendido el perímetro de ciudadanía, sentimos como propios los muertos ajenos y no fiamos la suerte de nuestros semejantes a la cruda apisonadora de los recursos. Biden quiere intervenir en un mundo donde las 27 naciones más ricas, que suman el 10,5% de la población mundial, acumulan el 35,9% de todas las vacunaciones y protegen a sus ciudadanos a un ritmo 25 veces más rápido que los pobres. Un poquito de piedad, pero también de lógica, de cuestiones de índole práctica, pues mientras la enfermedad siga encabritada será un semillero de nuevas cepas, potencialmente capaces de burlar la protección que brindan las vacunas. Si no por compasión o misericordia, debemos compartir los medicamentos por egoísmo. Bien por Biden.