Alberto Garzón

El arte de la imprudencia

Pasamos de la represión al chuletón como si fueran conceptos hermanables en una trifulca política. Lo descortés oculta lo cobarde

Álvaro siempre ha creído que lo de gobernar es un compromiso de gestión de lo público con juicio y equidad; también sentido práctico, como aristotélico arte de lo posible, que no es otra cosa que el bien común, la ideal felicidad colectiva. Escribió Maquiavelo en El Príncipe algo tan necesariamente actual como que «los gobernantes deben ver la verdadera realidad y no los desvaríos de algunas imaginaciones», y recuerda que «muchos concibieron estados y repúblicas que solo existieron en su fantasía acalorada y que jamás vieron». No hace falta indicar hacia dónde vuela la mente de Álvaro cuando relee frases así, tan oportunas y actuales en estos tiempos de mediocridad política que transita más en un espacio de realidad virtual que de auténtico compromiso con los administrados.

No ha desaprovechado el independentismo catalán ni una de las oportunidades que ha tenido para mostrar su desprecio por la medida de gracia de los indultos o la forma en que lo han digerido como un auténtico reconstituyente para su no hace mucho diezmada moral de fuerza dividida. Cada vez que el presidente Sánchez habla de concordia le responden con la peineta de los máximos mínimos de referéndum, autodeterminación y amnistía. Cada vez que el presidente Sánchez habla de reencuentro, le replican con el exabrupto de la represión viva aún en el Estado Español. El único reencuentro que contemplan es el de esta semana entre Puigdemont y Junqueras, que hay que tener tragaderas –piensa Álvaro– para volver a verse cuatro años después y salir diciendo que ha sido maravilloso hablar de nuevo, cuando uno lleva en un exilio más que soportable casi el mismo tiempo que el otro recluido entre las cuatro paredes de un frío apartamento carcelario. Nada de reproches, dijeron, nada de cuentas privadas por esa fuga que propició que unos sólo hayan podido salir de la cárcel gracias al indulto mientras los otros saboreaban mejillones en Grand Place de Bruselas. Lo que hay que hacer para recomponer la unidad.

Venden los indepes al mundo la manzana podrida de la opresión española como respuesta global a la gracia de los indultos. Mientras intenta el gobierno convencernos de que esto pasará y la reconciliación llegará a la mesa de diálogo.

Lo del amago de fondo de solidaridad, que busca del concurso de un banco que avale semejante despropósito rayano en lo delictivo, es la penúltima, y constituye la prueba evidente de que no sólo están crecidos, sino que se sienten de nuevo inmunes, como adolescentes ante la Covid. Hasta un estudiante de derecho conoce que esa línea no puede sobrepasarla una administración autonómica. Ni un político con moral o decencia, piensa Álvaro. Pero ya ha dicho Moncloa que les va a dejar hacer.

Éstos ni conocen la tradición aristotélica, ni esconden su concepto de la política como territorio de lo propio a costa de lo público; ni han leído a Maquiavelo para saber que sus ensoñaciones son desvaríos inaceptables en un político serio.

O quizá es que ni les importe.

Como a Garzón largar, mostrando el ministro de Consumo una ignorancia que seguramente es muy superior a la real en una persona que siempre mostró capacidad para hilar un discurso inteligente, aunque se oriente en la dirección de lo banal o lo impreciso. Ahora se ha convertido en un especialista en pisar charcos que tiene que pedir perdón –como así ha hecho en privado– a empresarios turísticos por decir aquella bobada de que el sector no generaba valor añadido, como lo hará dentro de no mucho a los ganaderos cuyo trabajo echa por tierra con esa simpática idea de modernidad que consiste en decir que la carne es mala y el ganado contamina, y hay que comer menos animales. El desvarío, que conecta con un debate público real y seguramente necesario, está en arrancar una campaña así sin avisar ni al sector afectado ni al propio Ministro de Agricultura, olvidando, o quizá no, que el video de marras enfrentaría al gobierno con un apartado de la estructura económica nacional que da trabajo a más de dos millones de personas y mueve al año unos 30.000 millones de euros, casi un tres por ciento del PIB español. ¿Qué necesidad? Pareciera que la parte de orientación asamblearia que ocupa la izquierda del bigobierno se ve obligada con periódica insistencia a hacer oposición desde dentro del propio ejecutivo. Garzón, a quien le debe quedar en el gobierno lo que a Rivera para entrar en el PP, ha molestado hasta al propio Warren Sánchez, que despachó la polémica con aquello del chuletón imbatible que no es sólo un zasca, sino una ruidosa exhibición de desprecio a su ministro.

Nos hemos acostumbrado tanto a esta política de regate corto, de declaración y márketing de primera línea carente de profundidad, de insultar al adversario y chinchar al compañero sin ofrecer más que espectáculo y ruido, que estamos ya olvidándonos del compromiso que exige la política. Pasamos de la represión al chuletón como si fueran conceptos hermanables en una trifulca política. Lo descortés oculta lo cobarde. Todo se banaliza porque tras el lenguaje banal no hay ni ideas ni propuestas, sólo voces y juegos de artificio. Y se diría que o no sabemos o no queremos ver esa devaluación desintegradora de los principios.

Relee Álvaro a Maquiavelo: «quien no detecta los males cuando nacen, no es realmente prudente».