Alberto Garzón

El pecado de la carne

La izquierda ha inventado una nueva creencia pagana que imparte en catequesis como un híbrido perfecto entre el cura y el médico: te dan el sermón y te quitan la sal de una sola vez

Año dos después de los últimos sanfermines, el tren vacío Madrid-Pamplona es un fantasma que cruza un mundo que no existe, que no se considera o que se disuelve. Por la ventanilla se suceden las vaquerías, las explotaciones de gallinas y de cerdos, los corrales, las viñas, el trigo, los maizales y los perros que ladran detrás de las verjas de las fincas. Algún día todo esto será de Unidas Podemos.

Hace años que conozco a Alberto Garzón y es un hombre con tendencia a la buena intención. Esta semana, apostaba por reducir el consumo de carne porque estamos gordos y porque los cuescos de las vacas nos pudren el aire del planeta. Sánchez le replicó desde Letonia que el chuletón poco hecho es imbatible, pues España se entiende mejor desde lejos. En los próximos Juegos van a incluir la desautorización de ministro como disciplina olímpica.

Dicen que se ingiere no sé cuántas veces más carne de lo que se debiera, que comemos demasiado en definitiva, y este argumento marida muy bien con otras cosas que hacemos demasiado como cuando se nos dice que viajamos demasiado, compramos demasiado y nos comemos demasiado el coco, esto es, que pensamos demasiado. Dicen que hasta somos demasiados y no sé, a mí me gustaba la gente y bien pensado, igual el problema consiste en que estamos demasiado carajotes. Yo creía que la dieta mediterránea, incluso echándole el doble de compango a la fabada, era saludable, de ahí que España estuviera a la cabeza del consumo de carne en Europa y de la esperanza de vida. Tal vez tenga uno que creerse que el mundo ideal era la España de los años cincuenta: por algunos pueblos pasaba un paisano que alquilaba el hueso para el caldo por hervores de manera que los garbanzos habían conocido la carne de oídas. El cielo estaba contento y los hígados, también. Los jóvenes de 20 años no llegaban a los cincuenta años de esperanza de vida, pero madre, qué felices eran, y hay que ver qué comunión mantenían con el planeta.

Decía que Unidas Podemos te da a elegir entre la carne o la vida. Yo prefería cuando los políticos solamente pretendían quitarte la cartera. Ahora se meten en tu lavadora, en tu coche, en tu cama y en tu plato de tofu. No les gusta la carne, no les gustan los ganaderos, no les gustan los toreros, los empresarios, los camareros, los carniceros, ni los aviones.

Había una izquierda ecologista, pero se fastidió cuando la tomaron los animalistas que llegaban del Pacma tirándose selfies abrazando un conejo y soñando un mundo sin vaqueros, ni porqueros, ni jinetes. Los reconoce uno porque desde hace cuarenta años vienen preguntándose a quién salvar, si a tu madre o a tu perro. ¿A quién matamos –se preguntan–, a la vaca o al ganadero? (En la imagen, ejemplares de bovino de una ganadería de carne en Cantimpalos, Segovia).

Yo como Margarito Peláez creo que está más en peligro de extinción el pastor que el lobo. La izquierda ha inventado una nueva creencia pagana que imparte en catequesis como un híbrido perfecto entre el cura y el médico: te dan el sermón y te quitan la sal de una sola vez. Van por ahí clamando contra el pecado de la carne y a mí me están pitando los medidores de CO2, de moralina, de tontería y de matraca. Somos seres carnívoros y gracias a la carne fuimos el «Homo Sapiens», pero habremos de pedir perdón. Cuánto mejor estaríamos picando el alga de la roca, rumiando hierba y mascando bambúes como el simpático oso panda.