Sociedad

¿Y si te están grabando ahora?

“Pero en cuanto a políticas guapas (ay, ojalá nos hubiésemos quedado en el adjetivo guapas), salió una España plural, multipartidista y sin bandos que ya quisiéramos”

Aunque por lo general se piense lo contrario, una de las bases fundamentales de las relaciones largas es la mentira. A mi me encanta cuando mi pareja intenta ocultar con sus palabras la cara que pone cuando le digo que no voy a cortarme el pelo pese a que el desagüe de la ducha ya ha avisado de que no da más de sí. Le preguntó: «¿Me hace más joven, verdad?» Y de su boca sale un sí que a mí me parece súper convincente. Es verdad que las mentiras piadosas pueden llegar a un punto peligroso, como aquella vez que dijo que no me había quedado mal la tortilla de patatas con cebolla y la repetí un par de viernes hasta que no pudo más y confesó ser una sincebollista convencida (me sigue chocando, sin embargo, que en casa de su madre repita cuando nos pone tortilla con cebolla...) .

El problema es que los que nos hemos educado viendo Gran Hermano y lo realitys de televisión tenemos metido en la cabeza eso de que no hay valor más importante que ir de cara, decir lo primero que te pasa por la cabeza y que si molesta al otro, es que, lo siento, pero la sinceridad duele. Es decir, que si yo, por alguna improbable razón, en un mundo imaginario, pensase que mis jefes o mis compañeros son unos zoquetes, tendría que ir y decírselo, pues cómo voy a guardarme una verdad tan importante y cuyo conocimiento puede ayudarles a ser mejores.

No lo hago porque, repito bien alto, ni se me ocurre pensar que lo son. Pero, por favor, que no miren mis whatsapps.

Nos escandalizamos con conversaciones privadas ajenas como si nuestros grupos de redes de mensajería y nuestras conversaciones en las terrazas de verano no estuvieran llenas de mensajes, significados y palabras que nos impedirían acceder a cualquier puesto público.

Hace pocas noches estuve cenando con amigos y en algún momento nos pusimos a hablar de política. Juro (bueno, lo juro como jura mi pareja que es sincebollista) que intenté explicar de manera didáctica la diferencia entre izquierda y derecha. Creo que llegué a citar a Norberto Bobibo y les pregunté si preferían pagar más impuestos y que el dinero lo organizase el Estado o pagar menos y que el gasto individual fuese lo que tirase de la economía. De la respuesta a esa pregunta, dije, dependía su voto.

Hubo un instante de silencio, alguien dio un sorbo a su segundo vaso de agua (la mentira también es importante para los artículos), se puso serio y contestó, al estilo de socrático, con una pregunta:

«¿Pero tú no votas al más guapo?».

Fue entonces cuando, de verdad, el debate se puso interesante. En hombres no hubo discusión. Si se votase al más guapo, Pedro Sánchez ganaría por unanimidad sin tener que depender de los nacionalistas (porque, a ver, amics, alguien debería de dejar de decirle mentiras piadosas a Puigdemont sobre su flequillo), pero en cuanto a políticas guapas (ay, ojalá nos hubiésemos quedado en el adjetivo guapas), salió una España plural, multipartidista y sin bandos que ya quisiéramos.

En ese momento nos pedimos el tercer vaso de agua y lo que vino después sólo lo contaré delante de mi abogado, Villarejo o Abellán.