Política

Defender al Estado

Que España sea convertida en chivo expiatorio por un movimiento político es un asunto muy serio

No sólo los talibanes derriban estatuas y destruyen museos. El populismo coaligado con las izquierdas más radicalizadas del planeta la tiene tomada con la Historia y, de hecho, ha adoptado el revisionismo histórico, uno de los males de nuestro tiempo, como uno de sus principales instrumentos de propaganda, promoviendo en el seno de sociedades occidentales esa polarización que tanto les interesa. Cuando ese revisionismo que analiza la Historia con la mentalidad actual de lo políticamente correcto y los tópicos ideológicos de la moralidad de la progresía contemporánea se enmaraña con el fanatismo ideológico y la estrategia política de algunos gobiernos populistas, el resultado puede ser terrible. Es lo que está pasando durante este largo y costoso verano de nuestro descontento, en el que López Obrador ha vuelto a exaltar la manipulación histórica, condicionado por un grave sesgo ideológico. Esta actitud nada novedosa del presidente mejicano se ha producido solo un minuto después del discurso de toma de posesión del nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, que, ante el Rey Felipe VI, intentó rehabilitar la «Leyenda Negra» española sobre los años del colonialismo en América. Esta diplomacia retroactiva, que cabe relacionar con la conducta vandálica de los que derriban estatuas de Cristóbal Colón y otros personajes históricos, deberían preocupar mucho al Gobierno de España. Sin embargo, al igual que ocurre con las crisis internacionales, aunque sean gravísimas, los problemas migratorios, siempre mal resueltos, o la factura de la luz, que solo sale barata cuando no es necesaria, Sánchez ha decidido inhibirse, en este caso con el agravante de que sus socios podemitas de Gobierno, y mientras no lo deje claro, puede que, hasta él mismo, estén de acuerdo con las injustificadas alusiones que tanto daño provocan a la memoria de nuestra nación. La imagen de nuestro país en el continente americano, con el que nos unen los mayores lazos históricos, culturales y afectivos, es algo que nos debería importar a todos los españoles y atañer al Gobierno como una prioridad de su acción exterior. Un ataque político en toda regla, que cuenta con la quinta columna del populismo patrio y los movimientos independentistas de algunas regiones españolas, y que no debería, por tanto, ser tomada a la ligera. Que España sea convertida en chivo expiatorio por un movimiento político es un asunto muy serio, porque estamos hablando de un revisionismo histórico que, bajo la apariencia de que arremete contra los Reyes Católicos o Felipe II, lo está haciendo, en la práctica, y con toda la intencionalidad política, contra la España actual en la que reina Felipe VI, una realidad plenamente democrática. Por eso, del Gobierno español, y del flamante nuevo ministro de Exteriores, cabría esperar una acción diplomática decidida y enérgica, apoyada en los propios historiadores de esos países, que están denunciando de manera contumaz la falta de rigor y el uso de relatos simplistas por parte de sus dirigentes políticos. Estamos ante un Gobierno que cuando las cosas se ponen difíciles pide responsabilidad de estado, pero para demandar esta responsabilidad, lo primero que hay que hacer es creer y defender al Estado.