Iglesia
Las dos ciudades
Ayer la Iglesia hizo memoria de Agustín de Hipona, que hace tándem con Saulo de Tarso como paradigma de las conversiones. Por un lado, san Pablo cayendo del caballo camino de Damasco representa la conversión fulminante, instantánea. Por otra parte, san Agustín relata la suya en sus «Confesiones»: trabajosa, dilatada en el tiempo. El común de los mortales que vive esa experiencia se mueve entre una y otra, con mayor abundancia hacia la del obispo de Hipona.
A Agustín le debemos en su magistral obra «La ciudad de Dios» las bases de la Teología de la Historia, el sentido cristiano de la misma, ya que dio respuesta a los interrogantes y a la grave preocupación de los ciudadanos romanos del siglo V, cuando la decadencia del Imperio hacía evidente su inminente caída ante los bárbaros, atribuyendo su declive al abandono de sus divinidades para acoger el cristianismo como religión oficial del Imperio.
Las dos ciudades son una alegoría de la Historia de la humanidad entendida como una lucha permanente entre el bien y el mal. Ambas son lo que él denomina, respectivamente, «la ciudad de Dios y la ciudad de Satanás». Las dos cosmovisiones habitan en el mundo y en el interior de todos los hombres, en tensión permanente hasta la consumación de nuestra vida y el final de la Historia.
La Roma de hoy, la otrora Cristiandad sucesora de su imperio, es la UE, y los «bárbaros» de hoy están dentro de la ciudad ya en decadencia.
«Los “bárbaros” de hoy están dentro de la ciudad ya en decadencia, la UE»
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