Opinión

Los canallas de Mondragón

Las Cortes tendrían que aprobar una ley que ilegalizara a los herederos de ETA y se persiguiera la apología del terrorismo

Durante décadas, desgraciadamente, los criminales de ETA estuvieron muy presentes en nuestras vidas. La banda terrorista quería la independencia del País Vasco para que fuera una dictadura similar a lo que existía en Albania o Cuba.

No eran más que cobardes que se escondían detrás de los pasamontañas, pegaban tiros en la nuca, colocaban bombas debajo de los coches o extorsionaban. Centenares de personas vivían de esa actividad criminal y una parte de la sociedad vasca los veía como héroes y otros como instrumentos útiles para extorsionar al Estado con el fin de conseguir recursos y transferencias de competencias.

En los «años de plomo» se produjeron, aproximadamente, un centenar de muertos cada año. Lo importante era matar en un intento infructuoso de conseguir sus objetivos. Durante los debates constitucionales era un goteo de atentados para influir en el proceso. La Guardia Civil no podía cumplir sus labores de tráfico con normalidad, porque eran blancos perfectos en el País Vasco o Navarra. La Transición fue generosa con la amnistía, pero los etarras tenían otra hoja de ruta y no querían abandonar las armas. Los que lo hacían eran asesinados.

Las ofensivas etarras tuvieron enfrente la unidad de los demócratas, aunque hubo demasiados cómplices, directos o indirectos, en el País Vasco. Los medios de comunicación teníamos una posición firme en la condena de esos criminales y el mundo abertzale. Nadie imaginaba que el fin del terrorismo comportaría la normalización e, incluso, aceptación de ese mundo tan repugnante. Y así ha sido para una parte importante de la izquierda.

No solo se ha iniciado un proceso de acercamiento de los presos, sino que incluso se pide que salgan de las cárceles antes de cumplir unas penas que son muy bajas para el horror que provocaron. Los herederos de ETA, encabezados por Otegi, tienen presencia en las instituciones. Esto muestra que una parte de la sociedad vasca sigue estando enferma. Es lo que sucede cuando vemos que se apoya a Parot, uno de los etarras más sanguinarios, en un claro desprecio a las víctimas. Es muy duro constatar que Bildu despierta mayor simpatía en la coalición de gobierno y los partidos que la apoyan que el PP o Vox. A los que les preocupa tanto la mal llamada memoria democrática, no tienen reparos en olvidar la memoria del terror etarra que el PSOE sufrió en sus propias carnes.

No tenemos por qué perdonarles

No recordar la historia reciente es muy preocupante. En otras ocasiones me he expresado en contra de la manipulación histórica sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Es un auténtico despropósito y un insulto a la inteligencia. Es la consagración de la mentira alrededor de una historia oficial al servicio de la política partidista. En este caso, sentarse a negociar con Bildu es, simplemente, repugnante. No es que la democracia sea superior, que lo es, sino que hay políticos oportunistas que prefieren el tacticismo cortoplacista para conseguir unos votos.

No hay que olvidar y es fundamental reivindicar el recuerdo de esos casi mil muertos asesinados por la banda terrorista y los miles de heridos que provocaron sus atentados. Un amigo me decía el otro día que no es Dios y por tanto no tiene por qué perdonar. En este caso es cierto. No tenemos por qué perdonarles. A muchos les ha caído el peso de la ley, es cierto que no en el grado que merecerían, y otros no han pagado por lo que hicieron, pero una gran democracia como la española no tiene que olvidar o mirar a otro lado.

El terrorismo fue derrotado por la unidad de los demócratas, la brillante acción de los cuerpos de seguridad del Estado y la labor realizada en el exterior para acabar con sus países refugios o la simpatía que algunos sentían por esos criminales que se presentaban como luchadores por la libertad del pueblo vasco. Esto era un auténtico sarcasmo, porque al resto de autonomías ya les gustaría tener las competencias y recursos que tiene el País Vasco.

El terror ayudó, aunque sea triste reconocerlo, a que se aceleraran competencias o se fuera generoso con el cupo y el concierto económico. Es políticamente incorrecto decirlo, pero es una realidad. Hubo una generosidad con el gobierno vasco para conseguir su colaboración. El PNV rechazaba el terrorismo, pero se beneficiaba de sus actuaciones aunque le repugnaran.

Desde la victoria sobre ETA, no han parado los homenajes a los etarras mientras la izquierda se escandaliza cuando alguien hacía algún comentario favorable al franquismo. Se quiere ilegalizar a la Fundación Franco y perseguir todo aquello que se considere, desde la «historia oficial», como apología de ese período, pero en cambio no harían lo mismo con aquellos que sembraron de terror nuestro país. Las Cortes tendrían que aprobar una ley que ilegalizara a los herederos de ETA y se persiguiera la apología del terrorismo. Una norma que impidiera esos dos homenajes a la semana que se han producido a lo largo de este año. Eso sí es memoria democrática.

El problema es que el PSOE es tan cobarde como oportunista y Podemos contempla con simpatía a los etarras y sus sucesores políticos. Es triste que la izquierda que se llena la boca con la democracia, el progresismo y la historia no sea capaz de defender a las víctimas del terrorismo y la memoria de una sociedad que luchó unida contra ETA. No solo los políticos son indiferentes, sino también lo son los intelectuales y los periodistas que quieren pasar página y olvidar el pasado. Les preocupa más la Guerra Civil y el franquismo que el horror que se vivió hasta hace pocos años.