Política

Las intrigas madrileñas

Tanto los de Ayuso como los de Casado están tirando piedras contra su propio tejado

Las intrigas madrileñas están minando el liderazgo de Pablo Casado. Puede que sea lo que algunos pretenden. No se explica si no lo que está pasando. Se atiza la discordia desde fuera y desde dentro. Santiago Abascal no perdona al dirigente popular su despiadado ataque personal en la frustrada moción de censura y Pedro Sánchez está inquieto porque nota el aliento de Casado en la nuca. Los de Vox trabajan a destajo en las redes sociales para desacreditarlo y los sanchistas se frotan las manos porque consiguen así desviar la atención de las graves desavenencias del Gobierno. Y aprovechan la ocasión para sacar a pasear a los viejos esqueletos del PP en una comitiva pintoresca encabezada por Bárcenas y Villarejo, dos angelitos.

Pero lo peor de este gatuperio viene de dentro. Tanto los de Ayuso como los de Casado están tirando piedras contra su propio tejado. Ni en la calle Génova ni en la Puerta del Sol pueden presumir hoy de sentido común ni de inteligencia política. Después de la convención de Valencia, en la que se cerraron filas en torno al cartel de Pablo Casado, ha bastado la estúpida discusión sobre la fecha del Congreso de Madrid para que la armonía salte por los aires. ¡Hace falta ser tontos! En un momento en que urge la reunificación de las fuerzas de centro-derecha –democristianos, liberales y conservadores– estas desavenencias dentro del Partido Popular, que está llamado a ser el núcleo vertebrador de cara a las próximas elecciones, no son precisamente un estímulo ni una atractiva tarjeta de presentación.

Va a llevar razón Pérez Galdós cuando dice en los «Episodios nacionales»: «En España no se premia más que a los tontos y a los que meten bulla sin hacer nada». En este caso, parece que los que meten bulla son los del entorno, de un lado y del otro, sin que ni Casado ni Ayuso sean capaces de taparles la boca o echarlos a la calle. Y no le falta razón a Ortega cuando afirma en «La rebelión de las masas» que «jamás ha mandado nadie en la Tierra nutriendo su mando esencialmente de otra cosa que de la opinión pública». Sin la opinión pública a favor, no se ganan elecciones, y es difícil que esté a favor si la gente percibe divisiones internas y falta de liderazgo. En política sólo vale lo que se percibe. Conviene, pues, embridar las ambiciones. Aún no es el tiempo del reparto de puestos y prebendas. Es la hora de trabajar unidos por un gran proyecto para España en vísperas de un histórico cambio de ciclo.