Islam
Una opresión que no es la suya
Aquello que en su día, en un mundo árabe con vocación de modernidad y perspectivas de futuro era impensable, hoy es o bien una obligación o, en el mejor de los casos, una costumbre
En una alocución pública en el año 1958, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, padre del socialismo panarabista, se burlaba de la intención de los Hermanos Musulmanes de imponer como vestimenta a todas las mujeres en Egipto el hiyab, el pañuelo que en el mundo islámico simboliza la sumisión de la mujer, su aceptación de la regla según la cual ella es objeto de pecado y ha de cubrirse para evitarlo.
Bromeaba Naser porque en aquella sociedad egipcia de hace 63 años era impensable tal imposición. De hecho, cuenta el propio estadista –el video se puede ver hoy en youtube– que le preguntó al líder de aquella agrupación hoy viva y tremendamente activa en el mundo musulmán, si era cierto o no que su hija estaba en la universidad y no llevaba el velo. Ante la respuesta afirmativa, el líder le contestó que si él mismo era incapaz de hacerlo con su hija, cómo pretendía que él se lo impusiera a diez millones de egipcias.
Cuando veinte años después los clérigos shiíes alcanzaron el poder en Irán mediante su violenta revolución islámica, lo primero que escandalizó al mundo fue la represión sobre las mujeres, la imposición de una vestimenta que les obligaba a esconder todo su cuerpo para, según el precepto islámico, no aparecer descubierta salvo en presencia de su marido o de su padre.
Hoy, bien entrado el siglo XXI, la mayoría de los países de tradición islámica han normalizado la exigencia de la cabeza cubierta por el hiyab. Aquello que en su día, en un mundo árabe con vocación de modernidad y perspectivas de futuro era impensable, hoy es o bien una obligación o, en el mejor de los casos, una costumbre. Pero es una realidad extendida y aceptada. Una realidad que en Occidente se empieza a asimilar como normal, una singularidad cultural que no debe contestarse, sobre todo por una parte de una izquierda ignorante o buenista que confunde los símbolos o directamente lo desconoce.
Si se considera el velo que cubre la cabeza de las mujeres como un bien cultural asimilable en una sociedad democrática, ¿por qué no el burka? La raíz es la misma, el sentido también, lo único que cambia es el resultado porque además del cabello cubre el resto del rostro. O el Niqab, que es el manto que vestían las mujeres en Estado Islámico y visten millones de ellas en el mundo musulmán. Todos ellos son signos de sumisión y reconocimiento de inferioridad pecaminosa. En diferentes grados, pero dicen lo mismo. Que el Hiyab solo cubra el pelo y pueda ponerse con vaqueros no cambia su carácter ni amortigua lo intolerable de su simbolismo.
Las líderes políticas que abrazan ese símbolo como parte de una nueva política como hicieron el sábado Díaz, Colau, Oltra y García al integrar a la combativa ceutí Fatima Hamed con su símbolo permanente en la cabeza, no sólo están dando carta de progresismo a un elemento de regresión y sometimiento, sino que ofenden gravemente a quienes luchan por los derechos negados a millones de mujeres sometidas en el mundo árabe y en Occidente. Mi amiga Hannah, que escapó de su casa cuando su padre intentó casarla a la fuerza, lo primero que hizo fue desprenderse del hiyab. Jamás se lo volvió a poner. La escritora española de origen marroquí Najat el hachmi escribió ayer en Instagram, «gracias por incorporar a vuestras filas el símbolo de nuestra opresión».
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