Gobierno de España
Agenda 1930
Una estrategia que no es nueva, que consiste en mirar al pasado para mantener la polarización ideológica
Esta semana han sido los cimientos mismos de nuestra convivencia democrática y de nuestras libertades, que fueron erigidos en el periodo de la transición, con un consenso político que fue admirado en todo el mundo. Es lo que tiene este Gobierno empeñado en un plan sistemático de acoso y derribo contra todo lo que nos une a los españoles y todo lo que funciona en nuestro país. Ahora, con el proyecto de Ley de Memoria Democrática, al que se añaden enmiendas que convierten todo el texto en un duro golpe a la concordia y un esperpéntico alzamiento contra la Constitución. Es el problema de querer establecer una memoria del franquismo y la Guerra Civil, mientras se intenta extender el manto de la amnesia sobre la transición, el ahora cercano terrorismo de ETA o la indultada intentona golpista en Cataluña, por no hablar del desgaste del Gobierno, los graves problemas de nuestro país o las importantes tensiones sociales que empiezan a emerger. Una cortina de humo en toda regla, que consiste en poner a Franco como cartel electoral de Sánchez en un país que los socialistas están poniendo patas arriba, dentro de una estrategia que no es nueva, que consiste en mirar al pasado para mantener la polarización ideológica, que es lo que toca cuando las cosas le van mal. Porque está claro que no es ningún avance, sino todo lo contrario, sustituir la Agenda 2030 por la Agenda 1930, todo con tal de no asumir la España del presente, un puro despropósito que persigue socavar nuestras instituciones y que no tiene encaje jurídico, al chocar contra hechos incuestionables como el paso del tiempo, la realidad generacional y el principio de irretroactividad de las leyes. Y, por si fuera poco, todo ello, además, incurriendo en graves incoherencias y contradicciones, manifestándose una enorme energía crítica con los dictadores muertos y las dictaduras del pasado, mientras se mantiene una actitud entre la tibieza y el encubrimiento con los peores autoritarismos del presente. La cita del gran historiador Moses I. Finley, que dijo que «lo que hay que cambiar es el mundo, no el pasado», parece no interesar a este sanchismo aliado con populistas de todas clases, y por eso el Gobierno, siempre partidario de la peor ingeniería social, es incapaz de dejarle la historia a los historiadores y la ficción a los novelistas, de dedicarse a afrontar problemas reales, a ser posible del presente. Prefiere trabajar directamente en la conversión de interpretaciones históricas y tópicos de la izquierda más radical en verdades incuestionables, al tiempo que se blanquean episodios oscuros que enturbian la visión idílica que ésta tiene de sí misma. El problema que se suscita, sin embargo, es de enorme gravedad, porque esa actitud reabre heridas, crispa a la sociedad y divide a los españoles. Un alto coste guiado por el ventajismo, porque además de la cortina de humo, se persiguen ventajas electorales, toda vez que se trata de una estrategia que fortalece a las opciones políticas más radicales y viscerales y a los proyectos más irresponsables, en los que hay que incluir, además de a los partidos populistas que todo el mundo tiene en mente, a ese socialismo de nuevo cuño que abomina de su propia labor en el periodo constitucional. John Robert Seeley, otro gran historiador, éste del siglo XIX, explicó que «la Historia es la política del pasado y la política es la Historia del presente». Una impresionante lección que, sin embargo, los políticos de la izquierda española no son capaces de aprender, empecinados en reabrir heridas del pasado para permanecer en el caos en el que tanto les gusta desenvolverse.
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