Opinión

Ni buenos principios ni buenos finales

El grave suceso de Canet es la culminación de una serie de hechos que ponen de manifiesto el código ético de Sánchez como gobernante desde que asumió la presidencia, no por la vía utilizada –la moción de censura, inédita para alcanzar el poder hasta entonces en nuestro sistema parlamentario–, sino por los aliados que buscó para satisfacer su ambición política. Se apoyó sin escrúpulo alguno en grupos que vieron abierta una ventana de posibilidad inimaginable para hacer efectivos sus deseos de –literalmente– dañar a España. Pablo Iglesias lo resumió acertadamente cuando dijo que «habían colocado al bloque político de la moción de censura en la dirección del Estado».

Desde entonces, todas las decisiones de Sánchez están fundamentadas en el superior objetivo de su supervivencia política, sacrificando a él cualquier otro interés. Así su obra de gobierno se resume en satisfacer a UP, ERC, PNV y Bildu, en un Frente Popular con los mismos actores políticos que los de febrero de 1936, de infausto recuerdo. Con el PNV y Bildu simultanea además su coalición de gobierno en Navarra; en el País Vasco con los primeros, y con ambos como socios para seguir en La Moncloa. Todo ello sin inmutarse, pese a haber asegurado «no siete, sino veinte veces si preciso fuera» que no pactaría con Bildu. Ni con Podemos porque «ni él ni el 95% de los españoles dormirían tranquilos».

Haber querido llegar a La Moncloa con tan solo 84 diputados, el peor registro del PSOE tras uno anterior suyo de 89, no permite estabilidad ninguna ni realizar un proyecto de gobierno. Se dice que «lo que mal empieza mal acaba», y que «es mejor tener buenos finales que buenos principios», pero me temo que esto último no es el caso de Sánchez.

No es este un juicio a la persona –«no juzguéis y no seréis juzgados»– sino al político y al gobernante, que trasciende lo personal por cuanto sus actos y decisiones tienen importancia general y pública. Por desgracia, el valor nulo de su palabra está más que acreditado, pero en Canet ha llegado a cotas inimaginables. Lo dice «casi todo» el ponerse de perfil ante el acoso a la familia de un niño de 5 años que pide, de conformidad con la Justicia, se le imparta un 25% de las clases en su lengua materna y que es la oficial de España.

Simultáneamente, ese «casi» que faltaba lo ha puesto al conceder a ERC la financiación exigida para permitir el doblaje al catalán en NETFLIX, HBO y Amazon. Eso, para que le aprueben sus presupuestos y él pueda seguir durmiendo plácidamente en La Moncloa.