Opinión

La burbuja de Sánchez

El presidente empieza a ser visto como el Pedro del cuento del lobo

«Feliz 2022... A ver qué nos depara». Así fue el mensaje de un barón socialista en el cambio de año. Muchos en el PSOE afrontan la cuesta de enero llenos de dudas sobre la capacidad de Pedro Sánchez para enderezar el rumbo en el ecuador del mandato. No ven claro el futuro del país ni tampoco el suyo propio. La posibilidad de perder el cargo se vislumbra como un riesgo real, además en un horizonte que se precipita. El proverbial optimismo del presidente del Gobierno no cala en parte de sus feligreses. «Pedro va por un lado y la realidad va por otra», se empieza a oír a algún diputado socialista. Incertidumbres, muchas incertidumbres.

El guión de Sánchez consiste en convencer a los españoles de a pie de que ni la crisis será larga, ni el Gobierno es bicéfalo, ni se rinde ante los peores socios posibles, ni él ha perdido el control de la situación. Hasta ese punto ha llegado la falta de confianza de los ciudadanos en su capitán al mando. El equipo presidencial se deshace cada día para vender expectativas. Naturalmente, todas favorables. Quieren que una cascada de buenas noticias les quite de encima lo que ahora son nubarrones de los que caen chuzos de punta. Si ómicron fuese el fin de la pandemia del coronavirus, si la inflación se relajase, si la factura de la luz bajase, si el reparto de los Fondos Europeos llegase a la economía real… Excesivos condicionantes a cuestas como pesada mochila política. Deseos, más que certezas.

Tras predecir demasiadas veces la victoria sobre el coronavirus y la vigorosa recuperación económica, Sánchez empieza a ser visto como el Pedro del cuento del lobo. Tantas veces dijo que venía, que cuando realmente llegó la fiera nadie le creyó. El presidente pierde credibilidad a chorros. Incluso en sus propias filas. Ahora su parapeto es la creación de empleo, aunque todos los indicadores, también el de la productividad, estén tan a medio gas que lastran el despegue económico. Con todo, la pregunta es si, llegado a este punto, Sánchez puede ya hacer que remonte su imagen, tan arrastrada hoy.

Hasta el «hito» de la contrarreforma laboral está en el alambre. Al Gobierno no le salen las cuentas parlamentarias para poder sacarla adelante. ERC, Bildu o el PNV, los aliados habituales, transmiten nones. Tan desesperado está el presidente que se ha permitido pedir a todo el arco parlamentario, incluido el PP, que lance un flotador que le libre de ahogarse. ¿Estabilidad? La misma del beodo poniendo un pie delante del otro para probar que está sobrio.

¿Y para qué hablar de la coalición? Más de lo mismo. Las tensiones con Unidas Podemos no van a mejorar. Al revés. Los procesos electorales que se avecinan agrandarán las diferencias entre partidos. Es lo lógico, más si cabe entre formaciones que se disputan el mismo electorado. Las frases bien intencionadas que se escuchan recurrentemente a dirigentes del partido del puño y la rosa son pura fachada. «El PSOE siempre se impone a UP», «los socios son inofensivos» o «nuestro matrimonio no solamente no se romperá, sino que volveremos a pactar con ellos en la próxima legislatura». Todas consignas sin recorrido.

Mientras, el baldón de Alberto Garzón con su ataque a la ganadería en la cuenta atrás a las urnas en Castilla y León es como para que Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco pidiesen erigirle una estatua. Un favor al PP en toda regla. Ello, por no entrar en el «atornillamiento» al sillón del ministrillo comunista de Consumo, la pistola humeante que delata que Sánchez no controla su Gobierno.

La Moncloa no consiguió la rectificación de Garzón. No hubo manera. Ni siquiera tras intentarlo Sánchez con Yolanda Díaz. Las diferencias con el proyecto político de la vicepresidenta están siendo tal y como se distinguen desde fuera. Díaz «pretende morder al PSOE», me escribe por WhatsApp un monclovita. Así están las cosas.