Guerra en Ucrania
La mujer como metáfora
Los hombres declaran la guerra y en su mayoría la libran, pero las mujeres la sufren aún más
Rosario escucha en la radio cómo Cristina Peri Rossi dispara en su discurso de agradecimiento del Cervantes, leído por la actriz Cecilia Roth, que las guerras las inicia algo tan típicamente masculino como el ansia de poder y la ambición económica. Tiene razón, piensa. Recuerda entonces que a principios de los ochenta una mujer, la primera ministra británica Margaret Thatcher buscó otra guerra, la de las Malvinas, precisamente en aquel rincón del mundo desde el que lo contempla Peri Rossi. Pero acaso sea aquello una excepción, y su condición de mujer no amortiguara la presencia de esos u otros rasgos de gobierno masculino. Lo debieron ver los del programa satírico de la ITV «Spittin Image» que solían retratarla procediendo como un caballero en el urinario masculino, para guardarla hoy, cuarenta años después, en el Grantham Museum con frac y pajarita como si de un hombre se tratase.
Puede que las mujeres no declaren la guerra, pero son quienes más la sufren: en la muerte de los suyos, en las familias rotas…En las violaciones a que son sometidas a menudo como parte de una estrategia bélica de terror hacia los pueblos sometidos. Hay datos de Naciones Unidas, que ya tiene documentados decenas de crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania, de que la mayoría de las mujeres y niñas ha sufrido algún tipo de abuso sexual desde que empezó la guerra. La agresión sexual está considerada crimen de guerra por los Convenios de Ginebra y una violación del Derecho Internacional Humanitario
Rosario recuerda los inútiles esfuerzos de Naciones Unidas –organismo hoy más perdido e impotente que nunca– por situar las violaciones a mujeres entre los delitos más punibles en los tribunales internacionales. Desde las esclavas sexuales japonesas en la Segunda Guerra Mundial, hasta las mujeres sistemáticamente violadas durante la guerra en Yugoslavia, o las yazidíes esclavizadas por Estado Islámico, el siglo XX ha mantenido la violación como estrategia de terror hacia el enemigo o botín victorioso sobre los derrotados. Derrotadas ellas más aún. La masculinidad del ejercicio bélico tiene aquí su encarnación más abyecta. Algunos pueblos antiguos consideraban natural recorrido de la guerra la violación y la posterior esclavitud de mujeres y hombres. Los romanos trataron de suavizarlo «para separar a los hombres de las bestias», pero no consiguieron desterrarlo. Solo en la Edad Media europea se empezó a legislar, pero todos los tratados y compromisos resultaron vanos. La guerra siempre ha tenido como botín las mujeres del enemigo, y en ocasiones hasta las propias.
Esta de Ucrania, lo mismo. Escucha Rosario que los analistas de la cosa bélica creen que la de Putin es una guerra con tecnología del siglo XXI pero rasgos y carácter propios del XVIII o más atrás: Rusia machaca al enemigo no solo matándolo sino destruyendo también el universo que le era propio. El bombardeo de las ciudades es la antigua quema de poblados. La violación sistemática de las mujeres que no han huido del país o están combatiendo es la posesión del territorio en el sentido más amplio.
En Bucha, los rusos dejaron una huella de espanto que no se borrará jamás. Hileras de civiles asesinados, como el ciclista cuya muerte grabó un dron en la calle que quedó sembrada de muertos. Rosario ha leído hoy que los rusos encerraron en un sótano a 25 niñas de entre 11 y 14 años a las que durante un mes violaron sistemáticamente. Algunas de ellas quedaron embarazadas. Una mujer de Jarkiv cuenta cómo los soldados rusos irrumpieron en la escuela en que se refugiaba con otras personas y violaron a las mujeres. Su relato, recogido en los informes de Naciones Unidas, es de una brutalidad sobrecogedora.
Pero la violación como estrategia o botín de guerra no es la única fuente de sufrimiento añadido que las mujeres viven como víctimas, sobre todo en esta guerra ucraniana. Ellas han tenido que hacerse cargo de la familia, solas y lejos de casa porque los hombres entre 18 y 60 años se han visto obligados a quedarse por decreto. La mayoría de los cinco millones de refugiados son mujeres y niñas de familias rotas que a la pérdida que supone esa condición –devastadora moral y sicológicamente– unen el riesgo de trata o abuso una vez que han llegado a territorio supuestamente seguro.
En el mejor de los casos, afrontarán solas el nuevo tiempo al que se han visto arrojadas a la fuerza.
Los hombres declaran la guerra y en su mayoría la libran, pero las mujeres la sufren aún más.
Le llega a Rosario el eco de la última y encendida proclama antibelicista de Ione Belarra, la fogosa lideresa de Unidas Podemos, que clama contra la decisión europea de facilitar armas a Ucrania. Hay que hablar con Putin, afirma, agotar las vías diplomáticas. No ofrece ninguna alternativa a la realidad incontestable de que esas vías están agotadas. Se pregunta Rosario si la feminista Belarra pensaría que armar, por ejemplo, a una mujer a punto de ser violada, sería contribuir a la escalada de la violencia. Pues eso. Además de doble o triple víctima, la mujer puede ser también metáfora de la guerra.
✕
Accede a tu cuenta para comentar