Fito en San Mamés

Fito y sus Fitipaldis rompieron el muermazo del sábado noche y de paso reventaron el «share» televisivo con su concierto en San Mamés, probando así a los chicos de las cadenas que aquí hay más sed de cultura de lo que se quiere ver y que las audiencias andan bastante hastiadas de tanto Deluxe y demás propuestas anestesiantes. Fito, con sus letras sabinianas y ese rock más clásico que una columna corintia, puso una nota de color a una madrugada donde sólo se escuchaba la rayada política y la bulla gallinácea que le sigue. Pero ahí estaba él, como un mosquetero de la guitarra, con su perilla de Luzbel de barrio, junto a Dani Martín y otros tantos amigos del compás cuatro por cuatro, para recordarnos que «la vida se nos va tan rápido que no hay forma de sentir el vértigo» y que «el oro de nuestro tiempo» es de muchos quilates. Los suficientes, al menos, como para malbaratarlos delante del basureo que nos ofrecen las parrillas de las teles. Fito y sus colegas pusieron ritmo a una madrugada que se presagiaba más triste que una lluvia de cenizas o un beso de fin de verano, y consiguieron que prendieran las redes sociales, que son las verdaderas hogueras chamánicas de hoy en día. Un Trending Topic que resonó como un tamtam sedicioso, casi con un punto levantiscoide, contra las letanías de los canales, que hace bastante que han dado esquinazo a la música y prefieren aborregar a la peña con unos prefabricados que tienen menos valor que medio limón exprimido. Aquí se habla mucho de fomentar la cultura porque queda muy bien de cara a la galería, pero en la práctica se le da esquinazo, igual que a una mala novia de la que uno pretende olvidarse. Lo que sucede es que luego te viene Fito para recordarnos que la estatura siempre ha sido un asunto relativo y enseñarnos, de paso, que la vida es una canción que siempre merece la pena cantar.