Melilla

Los grandes cementerios bajo la luna

Algo apesta en Nador, pero se equivocan quienes piensen en el olor de los pobres muertos

La gente cree que Marruecos es muy caluroso, pero eso sólo es verdad en el desierto del Sahara y en los Montes Atlas. En Marrakech, la temperatura de agosto alcanza apenas 38 grados, como en España. Por eso cavar tumbas en Nador no es penoso estos días, más allá de saber que no llevarán lápida ni nombre. Los operarios prolongan de noche la tarea, a 17 grados tranquilos. La mezcla es heterogénea, policías y militares vigilando, trabajadores, algunos curiosos. El paisaje es agreste, un secano que podía ser manchego, y el lugar elegido, un tanto apartado. A unos cincuenta metros de la última linde del cementerio municipal de Sidi Salem. Al fondo se ve el muro del camposanto y de lejos se recortan los primeros edificios de viviendas ¿Serán sepulturas individuales o van los muertos de Melilla a fosas comunes? Nunca lo sabremos. Seguramente, contar las sepulturas no dará la cifra exacta de las vidas, los 27 fallecidos que acepta Rabat, los 40 que afirman los vecinos y las organizaciones humanitarias. Ayer me encontré con el defensor del pueblo y bajaba la cabeza taciturno. «No podemos investigar en Marruecos, ni proporcionan fácilmente información. Nos hemos dirigido a las autoridades españolas». Ángel Gabilondo es un hombre con corazón, debe ser difícil asumir responsabilidades en toda esta suciedad. Esquiva la mirada y se le tuerce el gesto de pena. Los muertos –la mayoría jóvenes sudaneses negros– van a ser enterrados en secreto y sin autopsia. Madres lejanas se preguntarán si sus hijos cayeron en la refriega, aplastados y asustados por los golpes y los tiros. Sólo una luna alta enlazará los cuerpos callados y las lágrimas ¿cómo llorar cuándo no se sabe si el hijo ha muerto? Desde el sábado se prohíbe el acceso de los periodistas a la morgue del hospital Hassani de Nador, con ánimo de que nadie haga la cuenta macabra. Las autoridades europeas miran hacia otro lado, las de la OTAN ponen paños calientes, Pedro Sánchez felicita al ejército marroquí. Quien piense que el tiempo borrará los muertos, se equivoca. Quizá perdamos los nombres, tal vez se borre hasta el ADN, pero las fosas son tenaces y acaban llenando de vergüenza a quienes las colman. En Katyn, Polonia, Beria enterró a las élites polacas, pero los lobos y el invierno sacaron los huesos, que acabaron acusando a los soviéticos de una matanza atroz. Todavía lloramos esos muertos. Qué fácil es llevar coronas a los monumentos, mientras el sol lento consume cuerpos cercanos. Algo apesta en Nador, pero se equivocan quienes piensen en el olor de los pobres muertos. En Sidi Salem apesta nuestra indiferencia, la dictadura marroquí, el cinismo de Moncloa.