Memoria histórica

Desmemoria

El nuevo libro de Historia de este Gobierno se escribirá con la sangre de los muertos y el sueño de los niños que no vivieron su propia muerte porque aún estaban entre este mundo y el otro, y por eso se enterraron en ataúdes blancos

Lo que debería hacer Pedro Sánchez es escribir sus memorias y dejar de reescribir la de los demás, en este caso la de todos los españoles. Sánchez quiere meternos el chip que no pudo Bill Gates con las vacunas, según la leyenda urbana de los negacionistas, para volvernos zombis en una trepanación política difícil de seguir sin que uno no se tape los ojos: tal es la pérdida de sangre.

Sánchez solo tiene buena prosa cuando le escriben los discursos sus asesores o copia el estilo del último libro leído, por eso sería mejor que no tocara la historia para contarla no solo peor sino de manera peligrosa, que es el envés de lo que hacía el recientemente fallecido García de Cortázar, cuyo afán era desenterrar la Nación para que no nos sintiéramos huérfanos. Sánchez quiere exhumar a los hijos porque a la mitad de los padres ya los sepultó para siempre. La llamada memoria democrática, con esa apariencia de justicia poética, es un asalto a la intimidad más profunda para hacer de la literatura un culebrón en todas las lenguas cooficiales.

En lugar de «El abrazo» de Genovés el presidente elige «El grito» de Munch como cartel de esta exposición del delirio que destila las mentiras más dolorosas: poner a su propio partido como cola del franquismo. En los años ochenta ETA mataba por cientos y casi cada día. Por lo tanto, el nuevo libro de Historia de este Gobierno se escribirá con la sangre de los muertos y el sueño de los niños que no vivieron su propia muerte porque aún estaban entre este mundo y el otro, y por eso se enterraron en ataúdes blancos. ¿Va a recordarlos el presidente, o el miembro del Ejecutivo que defienda la Ley en el Congreso? ¿Merece la pena hacer chuletones con carne humana para que les vote Bildu y ERC? Saldrá humo de las chimeneas del Boletín Oficial del Estado, como de un campo de concentración, los restos de la verdad quemada. Aún estamos aquí para hacerle ver que, aunque con algo de colocón, según nos animó Tierno Galván, conocemos lo que pasó porque estábamos allí y él no.