Política
Los «enemigos» de Sánchez
«Debería buscar acuerdos con la oposición y abandonar la infantil estrategia populista de arremeter contra los empresarios, los directivos y los banqueros»
Con la inflación disparada al 10,84% y las consecuencias de la guerra de Ucrania, que nadie sabe cuándo finalizará, es evidente que el Gobierno no debería tener ningún motivo para sentirse optimista y tendría que actuar con prudencia. Ahora entramos en un período de calma gracias a las vacaciones. Los turistas, tanto nacionales como extranjeros, tienen ganas de gastar. Por tanto, los indicadores serán positivos. Otra cuestión distinta será cuando regresemos a la normalidad. La inflación significa que nuestro poder adquisitivo se reduce un diez por ciento, que es una cifra impresionante para las clases medias y trabajadoras para las que Sánchez dice que trabaja. El gesto de llenar el depósito del coche o pagar el recibo de la luz genera un enorme cabreo. Por supuesto, los que utilizan coches o aviones oficiales no tienen esos problemas tan mundanos. A pesar de la demagogia populista de las últimas declaraciones presidenciales, tampoco los millonarios y los miles de directivos de las empresas cotizadas. A lo sumo es un pellizco suave que afectará a sus bonus. Ese giro a lo tribuno de la plebe es un error, porque las empresas son las que crean empleo y, por tanto, riqueza que permite que nuestro país sea uno de los más prósperos del mundo. Por cierto, decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, así como de autónomos, trabajan para las cotizadas.
Me sorprende que tenga esa idea tan vieja de la lucha de clases, donde todo su argumento se pueda reducir a esa frase disparatada de que «si protestan Botín y Galán, vamos en buena dirección» o que el PP defiende a los privilegiados, cuando es evidente que en este momento le votan más españoles que al PSOE. Los empresarios que ataca de forma tan imprudente son personas que cuentan con un enorme respeto internacional y cuyas opiniones son recabadas por los presidentes del G-8. Esta es la paradoja o anomalía de la izquierda española. Biden o Macron nunca cometerían un despropósito de estas características. Al revés, llamarían a Botín y Galán, junto a otros grandes empresarios, directivos y banqueros, para saber su opinión y pedir su ayuda para hacer frente a la crisis. Estados Unidos es un ejemplo donde los empresarios y dirigentes de las grandes corporaciones son convocados para formar parte de los gobiernos demócratas o republicanos. Lo mismo sucede en Gran Bretaña o Francia, por citar algunos ejemplos, mientras que nosotros castigamos el merito y la capacidad. El éxito empresarial está mal visto, porque la envidia es el deporte nacional.
En lugar de buscar figuras de la economía real, que hayan gestionado con éxito empresas que han creado decenas de miles de puestos de trabajo y han logrado un notable crecimiento en el extranjero, aquí se prefiere tener funcionarios que se han abierto paso medrando en los organismos internacionales o que solo conocen la administración del Estado. Ninguno de los miembros del equipo económico del Gobierno ha creado un puesto de trabajo en su vida. Esto sería impensable en Estados Unidos. Y cuando allí se elige a funcionarios, se trata de personas de una notable cualificación que han demostrado en las cátedras y con sus publicaciones. No soy sospechoso de menospreciar la función pública, pero otra cuestión distinta son los burócratas pretenciosos que esconden su inexperiencia e impericia con gráficos y declaraciones grandilocuentes.
Sánchez se equivoca adoptando una deriva populista. No creo que le conduzca a la victoria en las urnas. Los empresarios y los banqueros no deberían ser sus enemigos, sino sus aliados. El error es improvisar impuestos y medidas ineficaces o identificar como enemigos a personas solventes con una trayectoria admirable. Esos miles de empresarios y altos directivos son los que consiguieron remontar la crisis del 2008, afrontaron la provocada por la pandemia y ahora lucharán con la inflacionaria que puede derivar en otra de deuda soberana. Por supuesto, lo hicieron con la ayuda de los trabajadores y de los gobiernos que tomaron decisiones, unas acertadas y otras no tanto, para que pudieran cumplir su papel como motores de la economía.
Los malos economistas, una especie que prolifera en exceso, hacen malabarismos, pero la realidad no se puede esconder o edulcorar. Los fracasos gubernamentales se suceden, porque Sánchez no puede controlar los factores externos que afectan a nuestra economía. Es una obviedad recordar que es una crisis global y que no supieron valorar las consecuencias de la Guerra de Ucrania. No hay más que recordar las tonterías que decían hace unos meses sobre la derrota de Putin, que es un déspota tan peligroso como implacable y despiadado. Ahora escondemos las duras medidas que vienen como «planes de eficiencia» o «ahorro energético», pero es evidente que vamos a perder decenas miles de millones de euros como consecuencia de la fragilidad de la estructura económica europea. La transferencia de rentas es espectacular. No le sucede lo mismo a Estados Unidos o a nuestros enemigos o rivales, que son los aliados de Putin. No tenemos una alternativa a los combustibles sólidos a medio plazo.
La dignidad europea se ha transformado en una sumisión frente a los regímenes autoritarios que nos pueden suministrar el petróleo y el gas. A nadie le importa que muchos de estos países estén gobernados por dictadores y no se respeten los derechos humanos. Nos mostramos duros con el dictador Putin, pero con el resto nos conviene recibirlos con todos los honores. Nos empobreceremos, comprando sus productos a un precio cada vez más elevado. La sociedad europea, la más rica del mundo, es muy frágil y dependiente. No tiene ninguna capacidad de sufrimiento. Muy lejos quedan los años de las guerras y las posguerras. Con un panorama tan inquietante, Sánchez debería buscar acuerdos con la oposición y abandonar la infantil estrategia populista de arremeter contra los empresarios, los directivos y los banqueros.
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