Opinión

Fátima Rusia: no son «meras coincidencias»

El pasado 13 de agosto escribí sobre las concordancias históricas entre Fátima y Rusia, con abundantes coincidencias cronológicas que no son «casualidades», ni fruto del azar o un ignoto designio, como puso de manifiesto san Juan Pablo II con ocasión del atentado que sufrió perpetrado por el terrorista Ali Agca, precisamente el 13 de mayo de 1981.

El Papa Wojtyla leyó el mensaje que había dado la Virgen el 13 de julio de 1917, mientras se reponía en el Policlínico Gemelli de las gravísimas heridas recibidas. Pidió toda la documentación existente, en particular la relativa al denominado «Tercer secreto», custodiado en el Vaticano desde 1957. En realidad, es la tercera parte de un único mensaje dado en aquella fecha.

Fruto de aquella lectura, el Papa visitó Fátima en esa fiesta del año siguiente para dar gracias a la Virgen por haberle salvado la vida, reconociendo que «una mano disparó el arma, y otra mano, materna, guio la bala…». En la Cova da Iria afirmó: «Tenía que producirse el atentado coincidiendo con la fiesta de la Virgen de Fátima para que la Iglesia y el Papa miráramos el mensaje… porque en los designios de la Providencia, no hay meras coincidencias».

Habiendo meditado y captado plenamente el aviso del Cielo, entendió que debía efectuar la consagración de Rusia solicitada, renovando en esa visita de 1982 la efectuada por sus predecesores Pío XII en Roma en 1942 y Pablo VI en el cincuentenario de las apariciones el 13 de mayo de 1967 también en Fátima. Advertido por la vidente Lucia –por entonces hermana carmelita– de que la fórmula de la consagración utilizada no era exactamente la solicitada por el Cielo, y teniendo plena información de la crítica relación entre EEUU y la URSS (los soviéticos estaban dispuestos a iniciar un ataque nuclear preventivo al asumir que habían perdido la Guerra Fría por no poder seguir al presidente Ronald Reagan con la IDE –Iniciativa de Defensa Estratégica– o «Escudo espacial»), decidió realizar otra consagración en Roma el 25 de marzo de 1984, ésta «en comunión con todos los obispos del mundo», aunque al final no citó a Rusia verbalmente por «presiones de su entorno».

Apenas unas semanas después, «casualmente» el 13 de mayo inmediato, un accidente sucedido en el almacén de misiles balísticos nucleares de la flota del mar Báltico en Severomorsk, península de Kola, dejó inutilizada la capacidad militar de esa estratégica y potente fuerza naval, afectando seriamente los planes elaborados al respecto. Las providenciales coincidencias se desencadenaban, como iremos viendo.