Opinión

Machismo en Europa

Europa se suele mostrar orgullosa de sus políticas de igualdad. No se implantaron a la vez en todo el continente. Por ejemplo, en España, fue en 1975, todavía en vida del dictador, cuando se estrenó el derecho de la mujer a abrir una cuenta corriente sin permiso del marido.

Los europeos consideramos escandaloso que en Arabia Saudí las mujeres no pudieran conducir hasta el año 2018. Si lo hacían eran detenidas y castigadas por las leyes sauditas. En Afganistán, con el regreso al poder de los talibanes, las mujeres han perdido los pocos derechos fundamentales que habían conseguido.

La desigualdad es universal aunque la intensidad que cobra en países islámicos como Irak, Sudán, Somalia, Mauritania, Yibuti, Siria o Palestina, es insoportable desde todo punto de vista.

Pero Occidente tampoco es una panacea, la desigualdad cobra maneras mucho más sutiles. El último episodio, en Finlandia, con la primera ministra maltratada públicamente cuando ha tenido que someterse a un test de drogas después del escándalo que se ha montado en su país por el famoso vídeo publicado en redes sociales.

No está muy claro cuál fue su delito, si consiste en que salió a divertirse con unos amigos y se trata de algo vedado a los primeros ministros, si es el hecho de ser joven y, por tanto, sospechosa de tomar estupefacientes o por ser mujer y estar sujeta a una vara de medir más rígida que los hombres.

No es que los finlandeses sean puritanos, si hubiera sido un hombre, probablemente la cosa habría tenido menos intensidad. El problema de Sanna Marin es que es todo: política, mujer y joven, un hándicap incluso en el país al que muchos miraban como modelo de sociedad avanzada en Derechos y Estado de Bienestar.

Las sociedades son a menudo cínicas. Reclaman políticos cercanos, pero no se les quiere ver llevando vidas normales. Cuando votan a una mujer a la presidencia del gobierno le dan un cheque más pequeño que si fuera hombre o el continuo latiguillo reclamando que los jóvenes lleven sangre nueva a la política se torna en desconfianza cuando lo hacen.

La prueba de drogas no solo fue exigida por la extrema derecha finlandesa, algo que, desgraciadamente, podría entrar dentro de lo que esperaba, sino que también lo han exigido sus propios socios de Gobierno. Si hubiese hecho algo remotamente parecido a Boris Johnson hubiese durado unos minutos, no unos meses como él.