Tribunales

«Sólo sí es sí» mucho antes de que naciera Irene Montero

Cuatro años ha costado sacar adelante una norma que castiga lo que ya lo estaba en el Código Penal, la violación

Los cerebros frescos y los cuerpos de ingles celestes, que diría Anson citando a Piña Valls, de manera que hace más bella la cita que el original, que es algo muy de este académico ladrón de palabras, todo eso, digo, va desapareciendo. Vivimos el final de «Ricardo III», «mi reino por un caballo», la absoluta decadencia, pero hubo un día de gloria en que «el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York». Podemos hizo carne, por poco que les guste comerla y hablar de ella en términos eróticos o religiosos, una idea, pero no supo qué hacer con ella. Se creyó un grupo de simios que no podía dominar el fuego y así arrasaron bosques enteros, incluso sus propias aldeas. Podemos se encontró con el monolito de Kubrick y creyó que era una de las cinco torres de la Castellana. De ahí que todo lo que toca desde entonces conserve el estigma del génesis, pues creyéndose ellos (y ellas) los primeros hombres, lo anterior era la niebla pretérita a la creación del bien y del mal, la nada. Todo ello esconde una evidente gerontofobia, pero ese es otro tema que estudiaré con más paciencia con la caída de la próxima cana. Las leyes que emanan del hombre nuevo se presentan como excepcionales hallazgos, si bien no son pocos, he aquí un ejemplo, los que les señalan que van desnudos: otro asunto del que no les gusta tratar a esta manada de censores, ya que si de ellos dependiera «El nacimiento de Venus» no habría visto la luz pues solo hay que ver la instrumentalización que del cuerpo femenino hizo Boticelli, uno de esos hombres de las cavernas de cuando el monolito no había aparecido.

Me sonreía el jueves pasado escuchando a Irene Montero tras la aprobación de la llamada ley del «Solo sí es sí»: «Por fin nuestro país reconoce por ley que el consentimiento es lo que tiene que estar en el centro de todas nuestras relaciones sexuales». Qué maravilla, pensarán algunas y algunos, porque España avanza en «libertad e igualdad». Cuatro años ha costado sacar adelante una norma que castiga lo que ya lo estaba en el Código Penal, la violación. Antes del jueves la sociedad española contaba con el armazón legal suficiente para defenderse si una mujer era violentada, maltratada o violada. También un hombre. Lo que ha cambiado ha sido para peor: la letra deja al albur del juez si realmente hubo un sí o un no o no se dijo nada; simplemente pasó lo que tenía que pasar. Cuatro años para acercarse al monolito, poco a poco, con la antorcha en la mano, hasta llegar a tocarlo, frío ya como las manos muertas que lo manoseaban sin pedir permiso.