Política

Agua de fuego

¿Quieren hacerme creer los políticos actuales que lo suyo, con esa actitud, es talla de estadista? Venga ya

Tanto criticar hoy en día a la Transición pero lo que está claro es que, en aquella época, en una situación como la actual ya se habría llegado a un acuerdo sin necesidad de ficciones ridículas y grandilocuentes como las misas bilaterales (literalmente, misas y no mesas) o supuestas agendas del reencuentro. Ahora bien, lo que sucedía entonces es que había un componente social en el que la reflexión era un valor. Se entendía que las cosas eran muy complejas y que había que tener paciencia. Si hoy un político se detiene a explicarnos que las cosas son muy complejas y que hay que tratarlas con calma, no le vota nadie. Hoy el votante es un tipo azuzado, exaltado, engañado por diversos voceros, a quien le han transmitido que la hostilidad tiene más valor que la prudencia y la conciliación.

¿Quieren hacerme creer los políticos actuales que lo suyo, con esa actitud, es talla de estadista? Venga ya. Por ahora, lo único que muestran son modos de mercenarios y profesionales. Cuidado, ambos adjetivos (el de profesional y el de mercenario) no tienen nada de malo si se sitúan en su adecuado contexto y son practicados sin llevar a engaño. Pero para pactar, para entenderse, hay que dejarse de poses de iluminado y renunciar a la simplificación rudimentaria. Un estadista ha de tener un proyecto de sociedad, un proyecto organizativo y puede aguar las propias ideas si es necesario para pactar, pero lo que no puede hacer es cambiar de proyecto cada temporada según le convenga para ganar votos. Porque entonces no es ya un estadista sino un vendedor de crecepelos, aquella venerable figura del far-west que iba con su carromato de una población a otra vendiendo agua de fuego.

El agua de fuego tiene un inconveniente: que quema. Por eso es el combustible favorito de los bomberos pirómanos. Si usted compra ese infecto brebaje, luego no se queje de lo que pase.