Tamara Falcó
Perdonar o no la infidelidad
En fin, ¿qué harían ustedes?, ¿qué diría yo a Tamara si fuera mi hermana? Muchos opinan que perdonar es una muestra de debilidad, pero, en efecto, puede revelar lo contrario: entereza, sabiduría, carácter y, sobre todo amor.
Sean sinceros: ¿alguna vez han descubierto una infidelidad? ¿reaccionarían británicamente, con una sonrisa cínica y un gin tonic? o ¿como España?
España mujer, metáfora viviente de España país, es una de las protagonistas de mi novela “Qué te importa que te ame” (Editorial Planeta) que al saber de la deslealtad de su marido “rompe jarrones contra el marco marmóreo de la chimenea y descuelga cortinas venecianas haciéndolas jirones lanzando al universo alaridos y juramentos”.
Algunos dicen que se trata de una historia de infidelidad original porque analiza sin emitir juicios, desde la empatía, el respeto y el humor, las distintas posiciones en el juego de la traición, como si de un partido de futbol se tratara, donde algunos meten gol y otros saben pararlo.
Hoy vuelvo a este asunto porque es eterno, inagotable, como el pan nuestro de cada día, la sístole, la diástole. Y porque nos tiene locos nuestro crimen y castigo patrio, el culebrón Tamara Falcó-Iñigo Onieva, inmediatamente posterior al caso Shakira-Piqué, tras el proceso Cuevas-Ponce.
Analicemos juntos, todo lo relativo al poner o recibir los cuernos con más o menos deportividad y estilo. Al parecer la encantadora Marquesa de Griñón está encerrada en casa de su madre llorando la deslealtad de su recientísimo prometido que, a pesar de la disculpa pública, parece no serlo ya.
Tan sólo un día antes de la publicación del video donde el empresario se besa con una voluptuosa muchacha distinta a la hija de Preysler, ambos hacían público su compromiso con foto de anillo de brillantes, beso Disney e intercambio de juramentos de amor inmortal en Instagram. Ya lo ven, la infidelidad, apreciados lectores, es un fenómeno que puede abrazarnos a todos, lo sepamos o no.
Para muchos, la simple fantasía ya es ilegítima, pero ¿qué culpa tiene uno si un tercero le hace estremecer? En mi opinión, el deseo, que puede ser involuntario, casi accidental, no constituye delito. La deslealtad empezaría, en todo caso, al fomentarlo o en el hecho de no sofocarlo. La persona fiel pondrá los medios psíquicos para frenar la atracción; si es necesario pondrá distancia física. En modo más bíblico, digamos que los pájaros podrán sobrevolar nuestra cabeza, pero no dejaremos que aniden en ella.
Por si no tuviéramos bastante con esta canción de pimpinela continua que suena en España, Risto Mejide y Laura Escanes se separan (¿qué ha ocurrido?) justo cuando da comienzo una nueva temporada de La isla de las Tentaciones, epítome de la exposición absoluta, psicopática y circense del adulterio, el perdón y la expiación.
En fin, ¿qué harían ustedes?, ¿qué diría yo a Tamara si fuera mi hermana?
Muchos opinan que perdonar es una muestra de debilidad, pero, en efecto, puede revelar lo contrario: entereza, sabiduría, carácter y, sobre todo amor. Ante todo, el perdón no es una reacción natural, requiere de largas dosis de sofisticación mental.
Yo pienso que la falta se puede y se debe perdonar cuando hay cariño y compromiso por las dos partes, es decir cuando los dos miembros de la pareja afirman que les une la voluntad de reconstruir.
Fuera de este escenario no tiene sentido plantearse el contemporizar, ni continuar relaciones amorosas con personas que nos engañan sistemáticamente. Entre las cosas que encontramos más enloquecedoras en el ámbito de la pareja puede que la peor sea la mentira, aunque a veces, me pregunto qué es más difícil, si soportar a un mentiroso o a un amante de la verdad. Lo que parece claro es que tanto para decir verdades como para decir mentiras es necesario ser inteligente.
Díganme, lectores míos, que vieron “La hija de Ryan” de David Lean; una muchacha pizpireta, casada con hombre mayor que no la atiende como es debido, aunque la quiere con el debido respeto, que acaba por sentirse atraída por un villano sexi y sucumbe carnalmente. Todo el pueblo, pueblo primitivo y ultraconservador se entera de la falta, la prenden, humillan, escrachan y echan a patadas. Un azaroso y cruento drama puritano que no trata de la infidelidad sino de las personas sin compasión. Por cierto, mi novela tampoco trata de la infidelidad, sino del arte de encajar los golpes con chispa.
¡Reconozcan que darle demasiada importancia a los “pecados” de cintura para abajo es una paletada!.
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