Opinión

La Cataluña que Sánchez prefiere

«Yo prefiero la Cataluña de 2022 a la de 2017. ¿Y usted?». Esto le planteó Sánchez a Feijóo anteayer en el Senado, y como ciudadano de Cataluña –viviendo feliz en Barcelona desde los tres años– ahora yo le contesto que no prefiero ni una ni otra. Yo me quedo con la Cataluña cosmopolita, convivencial, acogedora, solidaria, emprendedora, catalana y, por lo mismo, española –con naturalidad– que he conocido durante largos, larguísimos años visitando la casi totalidad de sus más de 900 municipios, 4 provincias y 42 comarcas que componen su organización territorial.

Que Sánchez al parecer esté muy satisfecho con la actual Cataluña no debe sorprender a nadie, porque él vive tranquilo en La Moncloa, y lo hace precisamente gracias a los que están al frente de la Generalitat de esta Cataluña de 2022. Por lo demás, la comparación es tramposa porque 2017 ya sabe todo el mundo que fue el año del «clímax de la rauxa», en las antípodas del seny, con aquel simulacro de referéndum –ilegal, sin censo y sin control alguno– y la huida a Waterloo del president escondido en el maletero de un coche, abandonando a su Gobierno. Todo digno de una película de Woody Allen más que de una épica de John Ford.

Por cierto, aquel año 2017 la autonomía catalana fue intervenida por el Estado mediante el ya famoso artículo 155 de la Constitución, que Sánchez apoyó excluyendo a TV3 como condición para ello, lo que ya fue todo un síntoma de lo que él estaba preparando para pocos meses después, con su ignominiosa moción de censura apoyado por esos mismos que violaron el orden constitucional.

En 2022 el separatismo está nuevamente en el Govern de la Generalitat, y gracias a Sánchez las futuras generaciones de catalanes, de los que más de la mitad tienen como lengua materna la española oficial, no pueden ser educados en ella. El separatismo está muy plácidamente instalado en sus cuarteles de invierno, rearmando sus efectivos dispersos y diezmados por la Justicia y por el 155, a la espera del tiempo necesario para adoctrinar a una masa social suficiente que les permita «volverlo a hacer», como repiten y no ocultan los condenados e indultados por Sánchez.

Para ese estratégico objetivo la lengua catalana es su arma política –indispensable y, por ello, innegociable– y Sánchez lo pactó en secreto en La Moncloa con Aragonès a espaldas de todos, a cambio de poder seguir instalado allí, mientras les sea útil a ellos. Para él, como sabemos, la nación española es discutida y discutible.