Política

Para Francia, siempre habrá Pirineos

A los franceses, potenciar la red de regasificadoras de España no les produce un gran entusiasmo

Una de las bromas clásicas en cualquier recepción de la Embajada francesa era preguntar por la reapertura del túnel de Canfranc, que une Aragón con Aquitania y que se cerró en 1970. No es una obra menor, desde luego, porque el túnel, que atraviesa el Pirineo central, mide 7.875 metros, excavados a pico y pala entre 1908 y 1912, y entró en servicio en 1928, con los retrasos propios de la Primera Guerra Mundial. Hace casi dos décadas que la Unión Europea incluyó la línea entre la lista de conexiones ferroviarias intraeuropeas y, desde España, se han llevado a cabo algunas reformas en los accesos y en la playa de vías de la estación de Canfranc, pero, dado que el interés de Francia por potenciar la plataforma logística más importante del sur de Europa, la de Zaragoza, es nulo, es de temer que el túnel seguirá cerrado hasta el final de los tiempos. En la otra frontera, la portuguesa, también pasan cosas raras, en este caso, con la red de autovías, que vertebran el país de norte a sur y eluden cuidadosamente abrir nuevos enlaces directos y rápidos entre España y las costas lusas. Es cierto que la sierra de la Estrella es un obstáculo natural formidable, pero torres más altas se han rendido a la ingeniería española. Por no hablar de los enlaces ferroviarios y el fenecido proyecto de un AVE entre Madrid y Lisboa. Uno entiende la prevención portuguesa, atávica, ante la potencia, ahora solo económica, de sus vecinos –al fin y al cabo, gracias a los españoles, Portugal tiene una red de castillos, fortalezas, murallas y demás fortificaciones que hacen las delicias de los turistas–, pero no deja ser una pena, porque el país es precioso y si estuviera mejor conectado con España, es decir, con Europa, nos iría de cine. Ahí es nada, dejar las playas de Leiria a tres horas de Madrid... Vienen a cuento estas reflexiones por lo del nuevo gaseoducto entre Barcelona y Marsella, anunciado a bombo y platillo por nuestro amado líder, bajo la miradita condescendiente de Macron, a quien, con toda seguridad, le entra la risa floja cuando le hablan de las interconexiones de la red eléctrica. Porque, a Francia, digan lo que digan, la idea de potenciar la red de plantas regasificadoras de España –que, por cierto, y a los solos efectos de la Ley de Memoria Histórica, comenzó a construir un tal Francisco Franco, que inauguró la planta de Barcelona en 1969– no es algo que les produzca un desmedido entusiasmo, más bien todo lo contrario, con lo que deberíamos plantearnos la posibilidad de que la infraestructura corra el mismo destino que el túnel de Canfranc. Es decir, que más nos valdría proyectar una política energética que no dependiera de los franceses, unos tipos que, en el fondo, adoran los Pirineos y no, precisamente, porque les guste esquiar. Y, para ello, lo primero es ponerse de acuerdo en lo que queremos hacer a medio y largo plazo. Porque, y volvemos al plan de regasificadoras franquistas, la producción de electricidad no se improvisa, como van a experimentar los ucranianos en sus propias carnes este próximo invierno. Y como, según tiene uno leído por ahí, en veinte o treinta años los 25 millones de coches que circulan por España serán eléctricos, habrá que desplegar una red de recarga en la que, sin duda alguna, la ministra Teresa Ribera está trabajando intensivamente, mientras nuestro amado líder se dedica a poner a parir a las eléctricas y sonríe a Macron.