Política

Faltan buenos mandos y mejores mandados

La misma nación que dominó el mundo ahora es incapaz de gestionar los fondos de la UE

No es que el muy mejorable plantel de ministros haya ayudado mucho, pero lo cierto es que la Administración española se ha demostrado incapaz de gestionar en tiempo y forma unos fondos europeos que, cierto, suponían el 3 por ciento de nuestro PIB. La tarea, que no era fácil, hubiera precisado de alguna flexibilidad burocrática, pero, como aquí, según parece, todo el mundo roba, prevarica o coloca parientes, pues hemos establecido unas cautelas en la gestión pública, los contratos, presupuestos y esas cosas, que lo complican todo. Si, además, contamos con un funcionariado al que, a la postre, sólo le protege el reglamento, pues uno comprende que en las naciones, como en los seres humanos, cuando llega el deterioro y se pierde la juventud, todo son achaques y gastos inútiles. Vaya por delante que ladrones, aprovechados y comisionistas de ventaja los ha habido siempre, pero nunca, como ahora, con la capacidad de trabar la eficacia de la Administración. Podríamos hablar del honor, personal y familiar; de los principios religiosos, el patriotismo y esas cosas tan en desuso –también de la figura del verdugo, disuasoria y tal–, y, aun así, se nos hace cuesta arriba explicar cómo la España del XVI, con los medios de la época, la dispersión del territorio, la escasez de población y el analfabetismo generalizado, era capaz en diez meses, los que van de marzo de 1595 a enero de 1596, de obtener información precisa de las malas intenciones inglesas, alertar a los gobernadores de las distintas plazas amenazadas –desde Cádiz a Cartagena de Indias, pasando por Las Palmas de Gran Canaria, San Juan de Puerto Rico y Panamá–, alistar dos flotas, una rápida y flexible, la otra, potente; construir un fuerte sobre el río Chagres, movilizar a las milicias locales, organizar guerrillas y, en definitiva, romperles la crisma a los ingleses, Francis Drake y John Hawkins, incluidos, con un número de bajas diez veces menor que las del enemigo. Y sin internet, teléfonos móviles, programas informáticos, GPS, motores de explosión, aviación o submarinos. A pura vela y copiando a mano cada documento y cada orden; cada albarán de abastecimiento y cada nómina. Cuadros de mandos de los mejores de la época, funcionarios cultos, comandantes valientes, gentes seguras de sí mismas, sacrificadas y sin miedo. Buenos jefes, en definitiva, y, sobre todo, muy buenos mandados. Eso que hoy conocemos como élites y que dan la medida de una nación que fue y, por lo trazas, ya no lo es. Ciertamente, el asunto viene de lejos, pero a uno no se le quita de la cabeza que detrás de esta larga decadencia de dos siglos siempre aparecen las izquierdas, se vistan como se vistan. No sé si la afirmación, general y discutible, entrará como delito en la Ley de la Memoria Democrática, pero desde Riego a Pedro Sánchez (el primero fue el tipo que con su sublevación dejó tirados a los americanos que luchaban por el Rey y por España) hay argumentario más que suficiente. Tampoco sé si arreglaremos lo de los fondos europeos a tiempo o habrá que pedir una prórroga a los escamados socios del norte, aunque no creo que eso importe demasiado. Porque, conviene insistir en ello, lo que faltan son buenos mandos a la caña y mejores mandados, y si, además, contamos con algo de informática, pues miel sobre hojuelas. Como en las denostadas multinacionales, vamos.