Ciencia

Ciencia y tecnología en declive

Rebajemos la investigación rutinaria para adentrarnos en proceloso universo de la creación original

Los profesores Park, Leahey y Funk, de las universidades de Minnesota y Arizona, publicaron la semana pasada en «Nature» un importante artículo que debería hacer sonar todas las alarmas entre los responsables y gestores de la política científica y tecnológica. En él muestran –partiendo de los registros de 45 millones de artículos académicos y de 3,9 millones de patentes– que durante las seis últimas décadas se asiste simultáneamente a un espectacular aumento del número de esos productos científicos y tecnológicos, y a un declive no menos notorio de la proporción de los que, entre ellos, son más relevantes por su carácter disruptivo. Es decir, por servir de soporte a las innovaciones en el conocimiento sobre las que se asienta el progreso técnico que impulsa la productividad y el bienestar. La visión que ofrecen todas las series de datos, referidas a distintos campos del saber, es dramática: la ciencia y la tecnología se desenvuelven cada vez más sobre la senda de lo ya conocido y se torna menos disruptiva, de tal manera que, utilizando la expresión de Newton, ya apenas avanza «a hombros de gigantes».

Las causas de este declive –que es universal y, por tanto, también afecta a países como España, cuya contribución al progreso en el conocimiento es limitada– hay que buscarla no en la ausencia de oportunidades disruptivas, sino en las prácticas que se han ido imponiendo gracias a la política científica y tecnológica. Los investigadores han ido estrechando su campo de acción porque ello beneficia su carrera profesional al preocuparse más por la acumulación de publicaciones o patentes que por su calidad creativa. Los autores del trabajo que comento señalan que, para promover la ciencia y la tecnología disruptivas, hay que dar tiempo a los académicos e ingenieros para mantenerse al día en la frontera del conocimiento, renunciando a un enfoque basado más en la cantidad que en la calidad de sus resultados. La política debiera respaldar más las carreras académicas y no sólo los proyectos específicos. Y añaden que es necesario «vacunarse de la cultura de publicar o morir» y salirse de «la refriega para producir un trabajo verdaderamente importante». Rebajemos, pues, la investigación rutinaria para adentrarnos en proceloso universo de la creación original.