La situación

Amnistía por otros medios

«Moncloa se ha transformado en la Corte del Rey Palomo, donde han acometido la tarea de guisar una ley para uso y disfrute de personas concretas»

Hubo un tiempo en el que se consideraba obligado mantener un mínimo respeto a determinadas reglas sociales no escritas, pero que estaban aceptadas como inexcusables. Esas normas de urbanidad han sido básicas, también, en los usos políticos democráticos.

Una de ellas es el pudor, cuya observancia hace que las personas se comporten con honestidad, modestia y recato, según nos indica el diccionario de la Real Academia. Por el contrario, hace tiempo que asistimos a episodios de una sorprendente y desacomplejada impudicia, consistente en ejercicios continuos de eso que don Francisco de Quevedo dejó escrito, con su genial malicia, en la Letrilla Satírica III: «Yo me soy el Rey Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como».

Así, Moncloa se ha transformado en la Corte del Rey Palomo, donde han acometido la tarea de guisar una ley para uso y disfrute de personas concretas, todas ellas ubicadas en un radio muy próximo al presidente del Gobierno, ya sea en su familia (esposa y hermano) o en la política (Puigdemont, entre otros). Ya ocurrió con la ley de Amnistía, redactada casi en su totalidad –y, desde luego, con su visto bueno–, por los propios beneficiarios, quienes, no por casualidad, eran aquellos que resultaban ser imprescindibles para que el autor de la propia ley fuese investido presidente.

Ahora, la Corte del Rey Palomo vuelve a actuar con el mismo manual de instrucciones para perpetrar una ley que suponga, de facto, una amnistía por otros medios para familiares directos de quien preside el Gobierno, y el arreglo definitivo para que vuelva el prófugo. La justicia podría llegar a determinar que las personas afectadas son inocentes. Pero, ¿por qué dejar eso en manos de un juez imprevisible, si puedo cambiar las leyes a voluntad? El idioma español dispone de palabras campanudas para describir un caso de este jaez, pero podrían herir la sensibilidad del lector.

Estamos ante un caso palmario de esa actividad realizada por un perfil humano y político muy determinado: la de quien se considera con el derecho de hacer de su capa un sayo, sin aceptar que nadie esté en condiciones de cuestionarlo.