A pesar del Gobierno
Finanzas y trucos municipales
La política municipal tiene dos trucos: el viejo y el nuevo. El viejo es conocido y entrañable. El nuevo es desconocido y siniestro, y gira en torno a las finanzas.
La tradición municipal tiene el encanto de la cercanía. No hay autoridad que resulte más simpática que la municipal, y todos recordamos con cariño a Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall,proclamando desde el balcón del ayuntamiento de Villar del Río aquello de: "¡Como alcalde vuestro que soy!".
Pero aunque sean próximos a la población, los munícipes son como las demás autoridades: son coactivos, se financian quitándole a la fuerza el dinero a los ciudadanos, y están tan sometidos a las características habituales de lo público como los demás gobernantes. Así, una y otra vez hemos visto episodios de despilfarro, arbitrariedad, nepotismo y corrupción. Sin embargo, la escala de los mismos rara vez adquiere una dimensión que llegue a escandalizar a la opinión pública. Digamos, no hay muchos casos como el de Marbella. En cambio, sí hay casos como el de Madrid, cuyo alcalde fue dispendioso y subió marcadamente los impuestos, pero volvió a arrasar en las últimas elecciones, tras una sucesión de triunfos que han apuntalado su carrera política hasta el ministerio de Justicia...de momento.
En suma, de los miles de ayuntamientos que hay en nuestro país son pocos aquellos cuyos nombres usted pueda recordar como ejemplos notables de alguna de las mencionadas deficiencias. No porque no las padezcan, sino porque de alguna forma somos más comprensivos con los regidores municipales que con los demás políticos. La cercanía, pues, es el viejo truco.
El nuevo truco se basa en una característica importante del esquema tradicional: los ciudadanos no manifestamos una reacción contra la coacción municipal tan aguda y hostil como la que expresamos contra la coacción estatal. Si preguntáramos a la gente qué cosa resiente más, si los gravámenes municipales o los estatales, la respuesta probablemente apuntaría a los segundos.
En ese contexto se produce por un lado la crisis económica, y por otro lado una mayor consciencia de las dificultades de financiación del Estado del Bienestar a medio plazo, con o sin crisis. Los ayuntamientos se encuentran ante una evidente falta de recursos debida al derrumbe en la recaudación que provoca el frenazo inmobiliario, y con una estructura de gastos típica de las Administraciones Públicas, a saber, fácil de engordar y difícil de adelgazar. Las presiones para incrementar los ingresos en lugar de reducir los gastos crecen sin cesar, y el resultado será una subida en los impuestos, apoyada en el truco de que se trata habitualmente de gravámenes reducidos, repartidos entre varias fuentes, y que los ciudadanos no tratamos con más indignación que los demás tributos, sino con menos.
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