Insensateces

Las buenas

El amor no puede estar por encima de todo o, por lo menos, no puede considerarse mejor a una persona que perdona que a otra que decide no mirar hacia otro lado

Ayer se casó Tamara Falcó y lo flipé mucho con el enorme despliegue que hicieron las televisiones sobre esta boda. Evidentemente, debo adivinar, la atención que suscita la novia les habrá hecho calibrar que las potenciales audiencias del sábado merecían la pena currárselas. Insisto en que, quizá su personalidad, su familia, su romance con algún altibajo, sean atractivos para muchos españoles y por lo tanto, haya merecido el esfuerzo del despliegue televisivo, sin olvidarnos de la simpatía de la protagonista, que ha cautivado a mucha gente por su naturalidad. La historia de la pareja ha sido, además, un revulsivo. Primero la infidelidad, la mentira, el descubrimiento de la trola, la ruptura y la posterior reconciliación, dan para una telenovela turca. Se ha alabado la entereza de Tamara para afrontar la deslealtad y también su generosidad en el perdón, su valentía para ignorar los consejos e incluso las críticas que se han vertido sobre Íñigo Onieva. Se ha valorado su enorme religiosidad y que ese detalle le haya dado fuerzas para creer en el perdón. Pero eso es una opción y queda otra: la de perdonar pero no retomar una relación donde ha habido infidelidades y mentiras. Eso de que «el amor lo puede todo» me parece una trampa monumental ideada para las mujeres. Y las mujeres también pueden pensar en su dignidad, en su autoestima, en su cuidado, en su tranquilidad y en recomponerse en soledad. El amor no puede estar por encima de todo o, por lo menos, no puede considerarse mejor a una persona que perdona que a otra que decide no mirar hacia otro lado. No sentir rencor es fabuloso, pero a eso a veces se llega con el tiempo, con el olvido, con la cabeza fría y bien cuidada. Recuperar la confianza perdida resulta dificilísimo y eso se consigue no sólo con empeño, sino con serenidad. Y la serenidad es complicada, no llega por mucho que se desee. Yo me alegro de que Tamara lo haya conseguido y le deseo mucha felicidad, pero ella no es mejor que otras mujeres que se han sentido dañadas en lo más profundo de su ser y que han sido incapaces de recuperar la confianza y la verticalidad. Hagan el favor de dejar de decirnos lo qué tenemos que hacer para ser buenas chicas.